lunes, 23 de septiembre de 2019

MARCHANDO UNA DE SUEÑOS Y LUCHAS


Entrada en la que hablo sobre los sueños... 


  ¿Cuál es el precio a pagar por nuestros sueños? Es un secreto a voces que todo en esta vida tiene valor y precio. Muchas veces pagamos más por cosas que no cuestan tanto. En otras ocasiones, la etiqueta está en blanco. Es ahí cuando nos asaltan todas las dudas. Si tenemos claro lo que lo queremos, entregamos la cartera sin mirar lo que llevamos dentro. Y no hablo de dinero. Pero si no lo tenemos claro nos asaltan las dudas. Hay veces que vamos a entregando monedas de una en una para ver si el sueño salta a nuestra mano. No siempre sucede. Entregamos un billete. Tampoco. No queremos desprendernos de nuestra cartera, pero tampoco salir de la tienda. ¿Entonces? Unas veces salimos y volvemos a entrar tiempo después, otras solo nos vamos. También podemos cambiar de sueño. No porque pensemos que es muy caro, sino porque no estamos dispuestos a pagar su valor.


   La vida, últimamente, me está enseñando una cosa. Es tan importante como difícil, saber lo que uno quiere. El tenerlo claro no significa que lo vayamos a encontrar, pero si nos ayuda a no conformarnos con menos. O tal vez sí. Porque preferimos tener algo similar a no tener nada. Y eso no es malo pero es frustrante. De alguna manera es como engañarnos. Porque sabemos que no es lo que queremos pero nos intentamos autoconvencer de que es lo máximo a lo que podemos aspirar. Aunque en el fondo, muy en el fondo, sepamos que no es así.

   Una cosa es saber lo que uno quiere y otra muy diferente conseguirlo. Porque hay cosas que no dependen al 100% de nosotros sino que entran en juego muchos factores que se escapan de nuestra mano. Hasta ahí todo claro. Sabemos lo que queremos y asumimos que no depende de uno tenerlo. ¿Y ahora qué? ¿Nos sentamos a esperar que nos llegue? Podemos caminar y poner todo de nuestra parte pero tal vez esté en nuestro destino justo lo contrario a lo que anhelamos. ¿Merece la pena seguir renunciando a cosas que tenemos por algo que no sabemos si llegará? Dicen que más vale pájaro en mano que ciento volando. ¿Es eso lo que queremos ¿Desear cien pájaros o tener solo uno?

    Somos inconformistas por naturaleza. Y cuando tenemos una cosa queremos otra y otra y otra más. Y cuando tenemos las 4 vamos a por una quinta y entonces vemos que la primera no es tan buena. Y que la segunda empieza a fallar. Y ahí empiezan los problemas y esa sensación de "¿Por qué por una vez no puede salir todo bien?" Todo eso lo sabemos por experiencia. Tal vez por ello nos quedamos atascados y decidimos no seguir el camino. Nos paramos cuando conseguimos una cosa y nos negamos a luchar por conseguir otra. Se llama miedo, el "virgencita que me quede como estoy " de toda la vida. Los frentes que tenemos abiertos están controlados, no queremos añadir ninguno nuevo porque corremos el riesgo de descuidar los demás. Haciendo esto nos cerramos las puertas a algo mucho mejor de lo que tenemos. Porque muchas veces si nos ilusiona y nos hace felices, es bueno.

   "Si luchas puedes ganar o aprender, si no luchas ya has perdido", pensé el otro día. Creo en ello, porque una batalla perdida no es un fracaso sido un aprendizaje, un empujón hacia ese lugar donde queremos llegar. Pero no siempre estamos dispuestos a ponernos el traje de guerreros. La vida, a veces, nos deja sin munición y necesitamos un poco de paz y tranquilidad para reunir fuerzas para la siguiente batalla. En otras ocasiones nos vemos en mitad de un fuego cruzado sin posibilidad de escapar.

   Bueno, y hasta aquí mi reflexión. Ojalá todos tengamos lo que soñamos y si no es así, al menos la fuerza necesaria para ir a por ello. Gracias por tu tiempo.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

¡EMPIEZA LA RUTINA!


 Reflexión sobre una situación que viven muchas familias. 


   ¡Atención atención! Esto no es un simulacro. Repito. No es un simulacro. Cojan todos sus despertadores y da igual a la hora que se los pongan, nunca se levantarán lo suficientemente temprano. Antes de salir de casa recuerden llevarlo todo. Llaves, cartera, móvil, niños, paciencia. Es importante que no olviden ese papel donde garabatearon la hora de la reunión con la profesora. No valen excusas como "lo escribí en la lista de la compra y la tiré" ni "mi hijo no me dio el papel". Es de vital importancia ir a dicha reunión a la vez que deja al hermano en la actividad extraescolar de turno y fríe las croquetas de la cena. No ser capaz de estar en tres sitios a la vez será penalizado con comentarios como "mamá me muero de hambre", "eres la única madre que no ha ido a la reunión y no se ha enterado de las excursiones" y "por tu culpa he llegado tarde". Todos esos reproches serán en el momento más inoportuno. En mitad de un atasco, en pleno dilema "comida sana o rápida" o bajo el agua de la ducha.

   ¡Atención, padres, madres, abuelos, abuelas y demás canguros! Llegó la hora de los horarios imposibles de cumplir, de tomar el café contra reloj, de pasarse horas en la cocina para oír un "esto está soso". Es vuestro momento, toca decir "es la primera vez que me siento en todo el día". Hay que hacer filas interminables en la librería y salir a comprar lápices de colores con la calculadora. Lejos, muy lejos quedan las tardes al sol en un parque cercano. Lo que se nos viene encima son horas de recordar viejos tiempos. Canciones que decían "dos por una doooos, dos por dos cuaaaaatro". Y a la vez buscar en Internet un tutorial de cómo hacer una raíz cuadrada o que es eso de las integrales.

   Adultos responsables, uniros todos y compartir experiencias en los grupos de padres. Seréis los primeros en enteraros de los exámenes y del cumpleaños de turno. Siempre y cuando tengáis tiempo y ganas de leer tropecientos mensajes. Vamos a poner nuestra mejor cara cuando nuestro vástago vuelva del cole sin la cazadora nueva. Cojamos su agenda y la nuestra y cuadremos los fines de semana, tenemos que ir a comer con los abuelos a la vez que llevamos al pequeño a un partido. Casa yayos y campo de fútbol cada uno en una punta. Saltaremos de alegría porque justo al día siguiente de irnos de cena, tendremos estar a las nueve de la mañana viendo la carrera de ese ser que se parece tanto a nosotros.

   Toca memorizar nombres. El de la profesora, porque nos llamará como ella. El de su mejor amigo, mejor amiga y perro de esta última. ¡Ojo! No confundir con el del rebelde de clase. De ser así, nos castigará con comentarios estilo "nunca me escuchas", "estás todo el día con el móvil" y "no tengo hambre". No valdrán de nada nuestras excusas. "sí que te escucho, pero es que me has nombrado a media clase en 5 minutos", "estaba mirando cómo se hace el disfraz de calamar que necesitas la semana que viene" y "contaba con ello, hay espinacas".

   Tener pequeños en edad escolar es maravilloso. Organizar un viaje y anularlo dos días después porque uno ha cogido la varicela, desear que llegue el domingo para poder dormir y escuchar unos pasitos por el pasillo a las 7 de la mañana, habernos peleado porque no se quiere despertar ni vestir ni desayunar ni lavarse los dientes ni bajar las escaleras. Llegar justos al trabajo porque hemos pillado el atasco de las obras unido al de la vuelta al cole con lluvia. Es emocionante cuando se duermen a las diez de la noche porque tenemos tiempo de dormirnos dos minutos después de poner nuestra serie favorita.

   Hablar con nuestras amigas sin hijos y que no se crean que nos hemos dejado mas dinero en la vuelta al cole que en las vacaciones de los tres últimos años juntos. Sonreir con desesperación porque todos los pantalones del año pasado le sirven para ir a pescar y las deportivas sólo se pueden usar para los muñecos.

   Las cosas como son. Adoramos a esos locos bajitos que roban nuestro sueño y corazón, que se levantan un día con fiebre malos malísimos y al día siguiente están como una rosa porque era un estirón. Nos dan la vida con sus ocurrencias y preguntas incómodas. Ponen a prueba la capacidad de cada uno para resolver problemas en cuestión de segundos y nos dan el don de los reflejos. Yo no les cambio por nada, porque me han enseñado el significado de las palabras "amor incondicional".

jueves, 29 de agosto de 2019

HISTORIA DE UN VERANO


  Relato sobre una historia de amor. 

   - Te quiero - dice en voz alta María cuando el autobús abandona la estación.

   - Ya no te oye.

   La voz de Isaac la sobresalta. No se esperaba ver a su gran amigo allí. Llorando le abraza. Él ha vivido de primera mano su historia de amor y sabía que ella no iba a tener el valor de decirle a Arturo lo que siente por él.

   - Me ha dicho que si le decía que le quería, lo  dejaría todo. Se hubiera quedado aquí. A mi lado. Pero yo no he tenido valor. No le podía hacer eso. Dejar su vida en la otra punta de España por mí... No. Imagina que sale mal y me echa la culpa de todo. - Las lágrimas le impiden continuar.

   Sabe que ha perdido al amor de su vida por no tener el valor de decirle lo que siente. Un sentimiento que nació el día en que se conocieron. Él trabajaba en un chiringuito de playa. Ella se fijó en Arturo desde el primer día que lo abrieron. Conocía al dueño, que fue el que los presentó.

   - Aquí está mi camarero nuevo. Es guapo ¿eh? Lo he traído desde la otra punta de España. Tiene buenas referencias y además le debía un favor a una vieja amiga. Ella es María, mi clienta más fiel. Vive en los edificios que se ven desde aquí. Tómale nota y vente para adentro, hay muchas botellas que colocar.

   Con esa presentación no pudieron hacer más que reírse. Enseguida entablaron conversación. Él le contó que su jefe tuvo un lío con su madre y por eso había ido a trabajar allí, aprovechando que no le habían renovado el contrato en la fábrica. Ella le contó que estaba estudiando su segunda carrera y que todos los veranos bajaba al mismo chiringuito. Las noches de más trabajo, ayudaba a Gonzalo.

   Con el paso de los días, las conversaciones se volvían más profundas. Después de una semana ya se habían dado su primer beso. Fue justo como ella lo esperaba. Era una noche oscura en la que una gran luna llena iluminaba más que las farolas. Arturo ya se empezaba a acostumbrar al ritmo de trabajo y hacía días que quería decirle algo.

   - Está preciosa la luna.

   - Es fea en comparación con tu sonrisa.

   Sonrojada, ella le mira. Su sonrisa no puede ser más amplia. Antes de que pueda agradecer el cumplido, él la besa. Hacía tiempo que no sentía ese cosquilleo en la tripa. En ese instante nacía algo que crecería durante todo el verano.

   Se veían por la noche, cuando Arturo acababa su turno. Quedaban solos y con los amigos de ella. Paseaban por la orilla de la mano, recogían conchas y esquivaban gaviotas. No se atrevían a hablar de futuro, solo disfrutaban el presente. El día de la despedida se acercaba y ambos lloraban en soledad pensando en ese momento. A pesar de lo que sentían el uno por el otro, ambos sabían que era un amor de verano. Ella estudiando en la costa, él trabajando en una gran ciudad. Vidas paralelas y una relación con fecha de caducidad.

   La última noche fue inolvidable. Gonzalo le había dado el día libre y le prometió volverle a llamar para el verano siguiente. La pareja fue a cenar a un bonito restaurante y durmieron abrazados en una cala a la que María solía ir cuando necesitaba pensar en sus cosas. No durmieron esa noche. No querían dejar de mirarse. De nuevo, la luna les iluminaba.

   - Dime que me quieres y no me subo al autobús.

   Ella baja la mirada. No puede. Sabe que él necesita ayudar a su madre económicamente y en la pequeña ciudad costera no hay trabajo en invierno.

   - Lo siento. - Dice mirando al suelo.

   - Te quiero - Él ya no le oye. Pero su corazón sí.

   - Necesito bajarme del autobús.

  El conductor le mira. Detiene el vehículo en una parada de autobús urbano y le deja sacar la maleta. Sonríe mientras observa por el retrovisor el reencuentro de la pareja. Hace unos años le habría gustado que el conductor de su autobús hubiera hecho lo mismo.

martes, 25 de junio de 2019

EN PROCESO DE ACEPTACIÓN

Entrada en la que reflexiono sobre uno de mis problemas, aceptar que cada uno es como es. 

   Tengo un problema. Bueno, en realidad son varios, pero hay uno al que le estoy dando vueltas ahora. Aceptar que la gente no es como yo. Sí, lo sé, es una cosa muy tonta. Pero hoy eso me hace sentir mal. He de reconocer que conozco personas como yo, bueno en realidad, mucho mejores. Pero me sobran dedos de una mano para enumerarlas.

   Cuando digo "como yo" me refiero a una virtud en concreto. Entre mis muchos defectos se esconde una virtud, y es que estoy ahí cuando se me necesita. Tu me cuentas un problema y ahí estoy el tiempo que haga falta hasta que consigo que te encuentres mejor. Lo mismo te cuento un chiste malo que te invito a un café. La gran mayoría de las veces no podré solucionar lo que te preocupa, pero sí seré capaz de conseguir que dejes atrás un poco esa tristeza.

   ¿Y yo? ¿A quien acudo cuando las lágrimas brotan de mis ojos? En muchas ocasiones a nadie, porque la noche suele ser testigo de esos momentos. Pero cuando es de día, llamo a una puerta u otra. Y normalmente no recibo la respuesta deseada. "Ea, ea" con una palmadita en la espalda. "Tú eres tonta, preocuparte por esa tontada" es otra respuesta que recibo. O simplemente un "tranquila, ya pasará".

   Y aquí es donde está mi problema. Que no acepto que la gente sea así. Porque yo no hago eso, sino que estoy pendiente. Una persona se ha abierto a mí, me ha contado su problema. Qué menos que invertir mi tiempo en ella. Darle todo mi apoyo, escucharla durante horas si hace falta, ofrecerle mi compañía y si lo necesita un punto de vista diferente.

   Estoy enfadada. Pero no con la gente que no tiene la culpa de que hoy la tristeza haya venido a visitarme. Sino conmigo misma. Enfadada porque no acepto que la gente no coja mi mano igual que yo cojo la suya. Soy rara, lo sé. Lo normal es hacer lo que todo el mundo hace cuando le cuentan un problema. Evita implicarse con la tristeza o los problemas ajenos. Porque para eso ya tlene los suyos propios. Y está genial, así debería ser siempre. Porque si te implicas mucho, de una manera o de otra, sales perdiendo. Porque algo de esa tristeza te llega. Supongo que ese es el pensamiento general. Aunque yo no lo veo así. Porque hacer sonreír a una persona que antes lloraba, darle mi tiempo a alguien que lo necesita, escuchar durante horas situaciones que no puedo solucionar, me llena. Porque sé que gracias a ello, consigo que una persona se sienta mejor.

   El otro día leí por ahí que ayudando nos ayudamos. Y es así. Soy teleoperadora y en el trabajo lo vivo cada día. Cuando resuelvo el problema de un cliente me siento mucho mejor. En mi vida personal, sentir que he podido hacer algo por alguien, es lo más. Aunque sólo sea escuchando o con un abrazo.

   Bueno, ya va siendo hora de acabar la entrada. Tengo una tristeza a la que debo hacer frente. El motivo es el de todos los años por estas fechas, la ausencia de las dos personas que me dan la vida cada día. Por eso cuando no están, siento que me falta algo. Y Doña Soledad, que lo sabe bien, aprovecha la ocasión y ataca. Es entonces cuando lo digo en voz alta y espero que mi voz sea escuchada. Pero no sólo eso, sino que además espero que la gente reaccione como yo lo haría. Y al comprobar que no es así, me siento mal.

   Bueno y ahora sí, doy por finalizada esta entrada. Las que escribo que son tristes me gusta acabarlas con un mensaje positivo. Y en esta ocasión lo haré para dar las gracias a esa gran mujer que es como yo. Gracias por ofrecerte a hacerme compañía y comer juntas. Aunque debo aceptar que la gente no es como tú, me alegra comprobar que aún quedan personas que van más allá de dar una palmadita en la espalda. ¿Y tú? ¿Cómo llevas la entrada del verano? Seguro que mejor que yo. Gracias por tu tiempo.

lunes, 17 de junio de 2019

FINDE COMPLETO



Entrada en la que hablo del bonito finde que he pasado. 

   Este fin de semana ha sido completo. A pesar de trabajar el sábado, he tenido la sensación de haber disfrutado mucho. Y al fin y al cabo, eso es lo que nos queda, los momentos vividos. Porque son situaciones que hacen sonreír y te ayudan a cargar las pilas de optimismo.

   Empezó el viernes por la tarde. Subí a hacer una visita y conocí a una persona que fue capaz de emocionarme en tan sólo dos minutos. En una entrada sobre la montaña, la de "La ruta de las emociones", hablaba de empatía. Bueno, pues en esta ocasión fue similar. La mujer expresó en voz alta mi mayor deseo. Dos personas, bueno, en realidad tres, que quieren lo mismo. Se podría cumplir ¿verdad?. Dejaremos en manos del tiempo la decisión de que se cumpla o no el deseo. Tiempo... palabra a la que tengo una especie de amor y odio a la vez. Pero eso da para otra entrada de blog. Después del breve encuentro, un paseo. Dejé volar mi imaginación, hice alguna foto y disfruté de la buena compañía.

   El sábado, me tocó trabajar. Después de hablar con muchos clientes, reencuentro con un chaval que hacía meses que no veía. Vino con su hija que no conocía. También se animaron otro chico de un grupo raro donde estoy y mi hijo mayor. Dimos un paseo por los puestos del mercado medieval y disfrutamos de una patata asada. También controlamos a unas personas que no iban con intención de disfrutar de los tenderetes, sino más bien, de intentar llevarse a casa algo que no era suyo. Después del paseo, compramos unas "medidas de Nuestra Señora del Pilar". Mi niño se las quiere regalar a familiares que seguramente no sabrán el significado. Me pareció muy bonito. A mí me regalaron una y yo regalé otra. Son detalles que te hacen sonreír y darte cuenta de que te relacionas con personas que merecen la pena.

   Tras el paseo, me puse guapa. Eso me dijeron, y fui a una cena. Era la celebración de dos cumpleaños. Éramos varios y no conocía a más de la mitad. Normalmente, soy tímida cuando estoy con gente que no conozco, pero en esta ocasión me sentí una más. Entre todos los comensales hicieron que me sintiera una más del grupo. Es de agradecer. Tanto por el detalle físico, como por el resto que tuvieron hacia mí. No es fácil sentirte una más con personas que acabas de conocer. Pero en este caso, nos unen varias cosas. El cariño hacia la persona que tenemos al lado y las ganas de pasarlo bien, son dos de ellas. Justo antes de coger el coche, un abrazo que se une a los detalles de los que hablaba antes.

   Coger un coche ajeno nunca me ha gustado. Conducir de noche, me gusta poco. Y meterne por la autovía, de noche, con un coche nuevo, ya es la pera. Pues ahí estaba yo. De pelea con las largas porque no sabía dejarlas fijas. Afortunadamente, una servidora, además de guapa iba de valiente y controlé en todo momento la situación. Ya en el destino, la necesidad de escribir me llevó a coger el block de notas del móvil para sacar fuera los sentimientos que no me dejaban dormir. Gracias a eso, después de escribir, conseguí dormir con una sonrisa.

   El domingo fue un día intenso a nivel emocional. Empecé la mañana con una despedida. ¿Sabéis esas situaciones en las que tienes que ser fuerte, pero por dentro estás triste? Pues ahí estaba yo. Con mi mejor sonrisa y un montón de palabras de ánimo. A la vez, me sentía triste. No obstante, sonreía porque todos los viajes son positivos y sé que este también lo será. Bueno, vale, en realidad no lo sé. Pero me gusta pensar que sí.

   El picnic de después, me ayudó a desconectar. Y es que hay gente, que sin saberlo, te ayuda. Patatas fritas, ensalada, olivas... No nos faltó de nada. Conocí a una mujer y a su hijo y también se vinieron otro componente del grupo y mis pequeños. Con la tripa llena, fuimos a ver la torre del agua. Nunca había estado dentro y me gustó el sitio. Después de eso, jugamos a las cartas. A la visita se había unido más gente y más personas se animaron a echar una partida de rabino a la sombra de una palmera. También hubo campeonato de bádminton. No quise jugar para no ganarles... Vale, lo reconozco, no tenía ninguna gana de moverme. Preferí devorar patatas fritas.

   El broche de oro fue la cena con una de mis mejores amigas. Una de esas personas que sabe que no estás bien con tan sólo un WhatsApp. Nos pusimos al día de nuestros respectivos findes y tras la cena, tocó llegar a mi hogar dulce hogar.


   Está genial eso de conocer gente con la que puedes hacer cosas. Lo mismo ir al monte, que a la piscina o a jugar a las cartas. Es algo así como la pandilla del pueblo pero con personas adultas. Me gusta esa sensación. Y aunque el grupo no lleva mucho tiempo, espero que dure muchos años. La gente que voy conociendo merece la pena. No todo el mundo me cae igual de bien, pero de cada persona siempre se puede sacar algo bueno. Me siento bien. Y aunque mi felicidad podría ser aún mayor, no tengo ningún motivo para quejarme del súper fin de semana que he tenido. Mil gracias a todas y cada una de las personas que han formado parte de él.
  
   ¿Y tu finde qué tal ha ido? Si nos lo quieres contar te animo a hacerlo en comentarios. ¡Gracias por leerme!

lunes, 10 de junio de 2019

LA RUTA DE LAS EMOCIONES






Entrada en la que cuento cómo fue una ruta dominguera. 
   Es habitual que los domingos el despertador suene antes que entre semana. Pero lo de éste fue pasarse. Vale, sí, lo reconozco. Parte del sueño fue culpa mía porque me acosté tarde. Pero volvería a hacerlo. Cuando te lo pasas bien, las horas avanzan a la velocidad de la luz. Bueno, que me voy del tema, como decía, madrugué mucho. Eso sí, no lo hice sola y desperté a mis dos ¿pequeños? ¿hombrecitos?. A mis dos amores. Con la legaña aún colgando salimos de casa.

   A la hora prevista, más o menos, hicimos nuestra primera parada. Recogíamos a nuestra amiga perruna y a su dueño. El animal era el más despierto de los ocupantes del vehículo.

   Con cinco minutos de retraso llegamos al punto de encuentro. Allí estaban mi gran amiga y su perrete, un hombre al que conozco de un día y dos mujeres y otro hombre más. Estábamos al completo. La ruta la decidimos en ese momento. Elegimos el lugar donde menos probabilidad de lluvia había. Con la ruta clara, reparto de coches y a la carretera.

   Mi niño pequeño se quedó dormido en el coche  y cuando me monté seguía feliz en su mundo de sueños. Lo que no imaginaba en ese momento era que su despertar iba a ser con la palabra "accidente".

   En el primer coche iba el chico al que conocí un día, mi hijo mayor, una mujer con la que iba a empatizar y aún no lo sabía y mi gran amiga con mi pequeño amigo perruno. En el segundo un hombre y una mujer que no conocía y en la cola íbamos nosotros. Un pequeño durmiente, una perra a la expectativa de ver dónde la llevábamos, su dueño y una servidora. No tardamos en perderles de vista.

   Iba yo feliz por mi carril de la autovía y de repente vi una nube de humo. En realidad no era humo, sino tierra. Un coche que iba en dirección Zaragoza, acabó en el arcén del sentido contrario. Se me paró el corazón. Pensaba que había sido alguno de los coches que llevábamos delante. Mi compañero adulto me tranquilizaba. "No han sido ellos. Tú tranquila. Reduce poco a poco y pégate a la derecha." Lo hice. El corazón se me aceleró al ver un coche en la cuneta. El hombre me dijo que me quedara dentro, salió y habló con el conductor accidentado. Un minuto después yo salía, con el teléfono en la mano, para llamar a emergencias. En cuestión de minutos estaba con nosotros un trabajador de mantenimiento de autovías. Le pasé el aparato para que dijera la ubicación exacta. Entre mi sentido de la orientación y los nervios me llegaba justo para recordar que hacía poco habíamos pasado un cartel que decía " Huesca 11 kilómetros". Al poco de colgar llegaba la guardia civil. En el coche accidentado sólo iba un hombre que yo noté aturdido por el susto. No era para menos, tenía golpe en el parabrisas y en el morro. La puerta no se podía abrir. Tras hablar con él, el hombre uniformado me dio las gracias por parar y continuamos nuestro viaje.

   Ya estaban avisadas las personas de los dos coches de delante, que al poco nos dijeron que nos esperaban en un bar de un bonito pueblo, Ayerbe. En ese momento luchaba contra las lágrimas. Mi pequeño estaba despierto y necesitaba toda la atención para evitar cualquier tipo de distracción. Pensé en qué habría pasado si hubiera pasado 30 segundos antes por el lugar del accidente. Imaginarme un coche cruzando de lado a lado los dos carriles de mi sentido mientras yo circulo a la velocidad de la vía, me ponía los pelos de punta. Habría muchas posibilidades de que si hubiera pasado, ahora no estaría escribiendo esto. Esos pensamientos no ayudaban, así que decidí aparcarlos. Intentaba relajarme.

   Una vez en Ayerbe, entré con el pequeño en la pastelería. Venía bien endulzar la mañana que había empezado con emociones con las que no contaba. Un pis antes de seguir la marcha y en el baño me derrumbé. Tenía que sacar fuera ese nudo que me oprimía. Mi amiga me apoyó y una de las compañeras de ruta también. ¿Alguna vez habéis empatizado con una persona que no conocéis de nada? Es muy bonito. Te sientes comprendida. Tras ese momento de bajón y con la cara lavada, seguimos camino.

   Ahí estaban ellos. Grandes y altos como ellos solos. Los mallos de Riglos. Fue una de mis primeras excursiones y me gustó volver. Una pelea con la aplicación que nos guía y a disfrutar del camino. Foto aquí, foto allá. Todo verde y muy bonito. Conforme avanzaba, dejaba atrás la ciudad, la rutina, el susto mañanero, las obligaciones. Me sentía parte de esa belleza.

   Entre los dueños de las mascotas se cambiaron el calzado. Las botas del dueño de la perra preferían ver el paisaje colgadas de la mochila, así que decidieron romperse. Afortunadamente, la dueña del perro estaba cogiendo manía a sus botas recién estrenadas y ambos tenían el mismo número. Así que ella hizo el paseo con unas deportivas comodísimas.

   Una parada para almorzar y seguimos trayecto. A ver, que yo lo cuento muy alegremente. Pero lo que nadie sabe es lo que pasa por mi cabeza cada vez que veo una cuesta. Desde "quién me manda a mí" hasta "no puedo con mi alma" pasando por "llego hasta arriba como que me llamo" sin olvidarme de "estoy tan cansada que no puedo ni pensar". Suena a masoquista, pero me encanta. Cada ruta con desnivel o larga y llana, supone un reto físico y mental. Las recompensas son muchas, desde las vistas hasta la satisfacción personal cuando los números hablan de desnivel y kilómetros.

   El día no podía ir mejor. Y aunque en ese momento no lo pensaba, es maravilloso poder caminar con mis dos amores, con gente de la que me llevo un buen recuerdo y con una gran amiga. La montaña es mucho más que árboles o calzado cómodo. La montaña es una palabra de ánimo, una conversación sobre las próximas rutas, mil ofrecimientos de dejarte un palo para ayudarte. La montaña sabe a unicornios de gominola, sandwich de pavo y queso, cerezas, frutos secos. El sonido de los pájaros interrumpe las conversaciones. Y en lo alto el sol sonríe a los que llevan crema y maltrata a los que no. Te puede pasar cualquier cosa en cualquier momento. Pero andar con gente y tener la confianza de que pase lo que pase vas a tener a alguien que te apoye, es lo más. Todo el mundo no es así. Pero yo he tenido la suerte este domingo y en muchas excursiones anteriores, de contar con gente que da confianza y te hace sentir una más.

   Finalizada la ruta y tras hablar con cada compañero de ruta cuando el aliento me lo permitía, llegamos al pueblo donde esperaba una botella de agua fresca y una caña con limón. Comimos gracias a que mi gran amiga tiene un gran corazón y un tupper gigante llevo de carne empanada. Eso no se paga con dinero. Ni eso, ni que el dueño de la perra coja el volante y conduzca de vuelta.

   Cuando llegué a la ciudad, me había olvidado del madrugón y de las cuestas. En mi recuerdo sólo queda la satisfacción de haber ayudado a una persona en apuros. La alegría de conocer a gente tan maja. El orgullo de tener unos hijos que dijo la mujer del bar que eran muy educados. Y la sensación de que soy una campeona porque no tengo agujetas.

   Y hasta aquí mi resumen de un día intenso. Te animo a comentar, a seguir leyendo entradas y sobretodo, gracias por dedicarme unos minutos de tu tiempo.

sábado, 25 de mayo de 2019

EXCURSIÓN CON INCIDENCIAS


  

Entrada en la que hablo de un día de esos que cargan las pilas. 

   Y allí estaba yo, una vez más, apagando una alarma impertinente. El sol, en lo alto, se sorprendía de que me hubiera levantado tan pronto. El motivo no era otro que hacer una de las cosas que me da la vida, subir a la montaña.

   A la hora prevista... Vale, sí, algo más tarde de la hora acordada, llegaba al punto de encuentro. Minutos más tarde, la nevera que llevo de rehén, ya contenía todo lo necesario para pasar el día en un lugar maravilloso. Bueno, en realidad faltaba una cosa, agua. Pero eso lo descubriría casi doce horas después.

   La primera parada fue en una gasolinera. Un problema con la tarjeta nos llevó al pueblo cercano y de nuevo a dicho establecimiento. Pagada la deuda recién contraída y con el señor conductor contrariado, seguimos camino. Yo, que hasta entonces parecía un oso por los bostezos, me despejé un poco para defender a las personas que trabajamos de cara al público. No es que mi compañero de aventuras los atacara, sino que una servidora tenía ganas de incordiar.

   Las "incidencias", que decía el señor conductor, pasaron de ser una, a ser dos. Haciendo caso al gps nos metimos con el coche por un camino en el que, hasta las cabras, tendrían dificultad para acceder. Decidimos dar media vuelta y empezar la ruta por la parte catalana.

   Nuestro destino era Montfalcó o Congosto de Mont-rebei. Un bonito paseo que se empieza en Aragón y se termina en Cataluña y viceversa. Ya aparcados, preparamos las cosas. Comida que no pesa para mí, comida que pesa para él y el agua a medias. Crema por aquí, crema por allá. Se pone las botas (literalmente) mi guía y empezamos a andar.

   No tenemos dificultad para encontrar el sendero. Por el camino aprovechamos para saludar a unos amables burros que se dejaron fotografiar. Las bromas no tardaron el aparecer. Entre risas continuamos la ruta.

   El objetivo de uno y otra era diferente, el trato era el mismo. Tres horas de subida y tres horas de bajada, en eso coincidimos. Él quería llegar a las pasarelas y yo prefería no llegar, me daban miedo. ¿Llegaríamos a ellas? Enseguida lo cuento.

   Había tres puntos que mi compañero de fatigas se había propuesto. Dos puentes y las pasarelas. No tardamos en llegar al primer puente. Es muy bonito. Mires donde mires sólo ves el lago. El color, azul verdoso o verde azulado, no lo tengo claro. Me sacas de los colores primarios y me pierdo.

   Foto aquí, foto allá. A cada paso que dábamos el paisaje se volvía más y más bonito. Y a la vez, mi felicidad crecía. Antes he comentado que la montaña me da la vida y no exagero. De buena gana me habría sentado en cualquier lugar de la ruta, a dejar pasar el tiempo. Es muy bonita esa sensación de felicidad, de plenitud, de sentir que eres la persona más afortunada del mundo porque puedes ver el paisaje. Lejos quedaba cuando hace unas semanas mi amigo me dijo de ir allí. No me veía subiendo unas escaleras que parecía que estaban colgando. Pero respiré hondo y recordé que estoy en un punto en el que no quiero saber nada de mi zona de confort y accedí. Lo mejor que pude hacer, sin duda.

   Pasado el segundo puente y con la vista fija en unas pasarelas que colgaban en mitad de la roca, empezó la peor parte del trayecto para mí. Momento "¿quién me manda a mí?". Lo pasé mal, muy mal. Era una subida fuerte. El sol estaba muy feliz calentando nuestro cuerpo y acentuando el cansancio. En varios momentos del trayecto, estuve a punto de decirle a mi compañero que abandonaba, que no subía mas. Pero algo me empujaba hacia arriba. He de reconocer que se portó genial conmigo. Me decía en todo momento que no faltaba nada, que ya llegábamos. El hombre tenía suerte de que yo no pudiera hablar, porque lo que pensaba era algo del estilo "¿cómo sabes que queda poco si no tlenes ni idea?". Mis pensamientos no daban para más, así que se quedaban ahí.

   Tras la eterna subida llegamos a lo más alto. Y entonces va el tío y me dice que hay que bajar por las escaleras. Le miré con cara de "en serio, dime donde has dejado las drogas". Bajé dos escaleras, tengo una foto que lo demuestra, y le di mi móvil. Como buen senderista, no quería irse y dejarme sola, pero no le di opción. Cogí su mochila y disfruté de un rato de soledad y buenas vistas. Saludaba a la gente que pasaba y mis pulmones y piernas agradecían la tregua. Me sentía feliz, en paz conmigo misma. El esfuerzo mereció la pena. Siempre la merece, aunque en ese momento tenga mis dudas. No abandoné, seguí adelante hasta el final y me sentía muy orgullosa.

   Mi felicidad se sumó a la de mi amigo cuando subió por las escaleras. Había completado los tres puntos que tenía en mente, aunque pensaba que no íbamos a llegar a las pasarelas. Sus ojos y sonrisa lo decían todo.

   Con la tripa llena, empezó la vuelta. Lo que antes habíamos subido, ahora tocaba bajarlo... Y viceversa. Las bromas se sucedían a lo largo del camino, cuando me apuraba alguna cuesta. "Cuando llegues a casa me vas a hacer vudú" "Si, no te quepa duda. En vez de sal, pediré a los vecinos agujas". Es una de las pocas bromas que fui capaz de contestar. El resto del camino iba pensando en la próxima ruta. Esta vez me toca a mí decidirla y aunque no sé cuál será, seguro que encuentro alguna que esté a la altura. En todos los sentidos, tanto de belleza como de desnivel.

   Una lección que aprendí, es que tengo que llevar más agua aunque me moleste llevar peso. Lo pasé mal el último tramo. Aunque llevo años saliendo al monte, siempre aprendo algo nuevo. Que ya debería saberlo, pero se me olvida con facilidad.

   El camino se me hizo algo largo por la sed. Entre eso y el cansancio, no fui capaz de responder a las bromas. Lo reconozco, estuve muy sosa. Pero cuando me recuperé, le devolví todas y alguna más. Eso fue algo más tarde... En ese momento ya estábamos llegando. Vi una gran y bonita furgoneta a lo lejos. Pensaba que era la mía y puse el turbo para llegar cuanto antes.

   Foto de llegada y empiezan los preparativos para el camino de vuelta. Para la próxima, llevaremos hielos y los dejaremos en la nevera junto con alguna botella de agua y unos refrescos. Lección aprendida.

   Unos minutos más tarde y con la boca aún más seca gracias al plátano, llegamos a una máquina donde podías comprar de todo. Desde juguetes sexuales hasta chocolatinas o cervezas. Y por supuesto, agua. Hidratada y con comida en el estómago, volvía a ser yo y prometía venganza. En la próxima ruta, iba a conseguir agotar a mi compañero. Es mi objetivo. Es broma. En realidad, el único objetivo es pasarlo bien y disfrutar de un bonito día en buena compañía.

   Gracias por proponer la ruta, por animarme en todo momento, por mentirme diciendo que faltaba poco y por ayudarme a no rendirme.

   Bueno, y esta ha sido mi experiencia. Estoy muy contenta porque al día siguiente no tuve agujetas. Lo que significa que un poquito en forma sí que estoy. Gracias por leerme.

jueves, 23 de mayo de 2019

ESTOY ENAMORADA


Texto donde hablo de mi gran amor. 


   Hace años que vivo enamorada. Bueno aunque... no sé si es una relación de amor o de dependencia. Me inclino por lo segundo, de mí hacia ella... o él, según como lo quieras llamar. Pero sé que no le importa que dependa, porque sabe que la necesito y siempre me acoge. Muy poquitas veces se ha mostrado hostil. En esas ocasiones me avisó pero no quise escucharla.

  Nos vemos menos de lo que me gustaría. Pero siempre que la visito, me recibe con los brazos abiertos. Me enseña su mejor cara y en ocasiones, hasta me deja indicaciones para que no me pierda. La quiero mucho. Le puedo contar todo. Me responde a preguntas que ni siquiera me he planteado.

   Cada vez que voy, porque ella nunca viene, le hago mil y una fotos. Para luego verlas cuando la echo de menos. Hay veces que le hago vídeos, para escuchar su voz húmeda y susurrante cuando estamos separadas.

   En su regazo, siento que el tiempo se detiene. Escucho sus sonidos, saboreo mi almuerzo, observo su belleza, noto cada textura y huelo cada uno de sus aromas. Mis cinco sentidos están con ella.

   ¿Os he dicho que es bella? Muchísimo. Y da igual por donde la mires. Cada rincón tiene su encanto. En verano, primavera, otoño o invierno . Acepta visitas todo el año. En cada estación tiene una cara a cual más bonita.

   Yo le soy fiel. No hay nadie a quien ame más que a ella. Me da la vida, pone a prueba mi fortaleza física y emocional. Pero a pesar del dolor físico, siempre acabo con una gran sonrisa. El mayor madrugón merece la pena por ir a verla. Ella no me es fiel, pero no me importa. Acoge a todo el mundo. Y las personas que son capaces de apreciar su belleza e incluso la cuidan, están hechas de otra pasta ya que su corazón es enorme. Seguro que tú, que estás leyendo esto, eres una de esas personas. Porque es imposible no amar a quien da tanto sin pedir nada a cambio. Es otra de sus virtudes, que no pide nada. Solo que la cuide, la respete y no la ensucie.

   Es inevitable no quererla, porque lo que me da, no me lo da nadie más. Lo que me hace sentir es indescriptible. Y esas son las sensaciones más bonitas, las que se expresan con la mirada y no con palabras. Mirada, sonrisa, da igual la forma en la que lo haga. Yo siempre le agradezco que esté ahí para mi aunque pasemos mucho tiempo separadas.

   Bueno, y hasta aquí mi declaración de amor. Montaña, monte, naturaleza, puedes ponerle el nombre que quieras. Porque lo más importante no es cómo la llames, sino lo que transmite ese conjunto de ríos, árboles y paisajes infinitos.

domingo, 19 de mayo de 2019

ALPARTIR


 Nueva entrada en la que hablo de una excursión. 

  Hay días que se pueden resumir con una palabra. Hoy es uno de ellos y la palabra en cuestión es "gracias". Me siento muy agradecida a las cuatro personas que me han acompañado a la excursión y por supuesto a la organización de la misma.

   En esta ocasión ha sido un bonito pueblo, Alpartir, el que me ha enseñado su impresionante paisaje. Me he quedado enamorada de lo verde que es. La paz que se respira allí, el sonido del agua del río que me ha acompañado durante la parte final del recorrido. Estoy feliz con esa carga de pilas que he sentido al finalizar la ruta. Ha merecido la pena, con creces, el gran madrugón.

   Cuando hace unos días propusieron la ruta dije que sí sin pensarlo. ¡Había huevos fritos en mitad de la ruta y era gratuita! No me podía resistir. Animé a los peques y otro chico se apuntó. Iba a ser un día redondo. Buena compañía asegurada, el paisaje seguro que también estaría a la altura y yo estaba decidida a superar esa caminata de nivel medio/alto.

   El día empezaba con un sueño. Mi niño pequeño no quería ir a la ruta y yo le enseñaba un castillo con luces. Me decía que sí, que se venía y que además quería conocer una fuente que había visto en un plano. Justo en ese momento volvía a sonar la alarma del móvil y me daba cuenta que eran ya las 5:30. Llegaba tarde. Quería salir de casa un cuarto de hora después y aún teníamos que preparar cosas.

   Con las tres mochilas y más tarde de lo que tenía pensado, salíamos de casa. Recogimos a uno de los chicos y empezaba la aventura. Yo sabía algo de una rotonda a la izquierda, todo recto y el nombre de un bar. Pero una servidora es una cabezona que insistió en ponerse el gps. ¿El resultado? Una llamada de teléfono porque la aplicación en cuestión me había mandado a otro sitio. Siguiendo las indicaciones llegué a la carretera por donde había venido y saludé a nuestro guía. El chico que nos había hablado de la ruta.

   Un cambio de coche después y tras subir con él por un camino lleno de barro, llegamos al inicio de la ruta. Un sendero precioso cuesta arriba. Mis pulmones no tardaron en protestar y les di su chute de medicina para hacerles callar. Por mi mente pasaba de todo. Desde "Yo puedo" hasta el habitual "¿Quién me mandaría a mi?". Todo ello mientras subía la dura cuesta. No sé si alguien me entenderá al leerlo, pero es un reto mental cada vez que salgo a la montaña. Por un lado tengo esa sensación de que estaría mejor en casa durmiendo y por el otro tengo ganas de descubrír el final del sendero. Me gusta esa sensación. Estoy contenta con ese reto mental que se repitió hoy varias veces a lo largo del paseo.

   Como era previsible, por las continuas visitas a la página del tiempo, empezó a llover. Fue el peor rato. Tenía miedo de que fuera a más, no por mí sino por los pequeños. Las nubes oscuras y la inacabable subida no ayudaban a disfrutar del paisaje. Afortunadamente, ese rato pasó y llegamos al punto donde íbamos a degustar los huevos fritos con jamón serrano y ensalada de tomate con ajo. Una delicia y gran recompensa al esfuerzo.

   El resto de la ruta era en mayor parte de bajada. Mi tripa llena lo agradeció. La conversación, con los chicos, era animada. El tema no era otro que el de hombres y mujeres y el miedo de ambos a la soledad. Me lo apunto como tema pendiente para desarrollarlo en una entrada de blog. Después de un rato andando, empezó a granizar, aunque al principio no me creían, al final me dieron la razón. Fue una piedra muy pequeña y duró poco rato. Después de eso volvimos a la senda por la que habíamos subido unas horas antes.

   Era imposible seguir el ritmo del grupo y acabé quedándome sola. Me gustó ese rato, me sirvió para estar conmigo misma. Hubo un momento en el que creí que me había perdido. Afortunadamente no fue así y llegué hasta donde esperaban mis compañeros de aventura. Andamos un poco más y llegamos al coche, dando por finalizada la ruta.

   Me dejo cosas en el tintero. Pero no quiero acabar la entrada sin antes recordar esa bonita sensación de ver amanecer, conducir por una carretera casi desierta. Son sensaciones nuevas. La conversación con uno de los chicos recordando anécdotas recientes. Los perros que nos acompañaron durante la ruta y que daban una sensación de unidad porque intentaban que todo el grupo fuera junto. Las personas que nos acompañaron. La gran mayoría bastante más mayores que yo. Mis pequeños eran los únicos de esas edades y en todo momento sentí que formaban parte del grupo. Y por último y no por ello menos importante, la actitud de mis hijos. Me siento muy orgullosa de ellos. En ningún momento preguntaron cuánto faltaba aunque alguno por ahí dijera que llevábamos un 28% de la ruta aunque estuviéramos casi a la mitad de la misma.

   Sé que ya lo he dicho al principio, pero quiero volver a decirlo. Gracias a los cuatro por un día inolvidable. Por ayudarme a ponerme a prueba, por todas esas sensaciones que me cargan las pilas. Gracias a ese bonito paisaje que espero algún día volver a visitar. Y a ti, gracias por leerme.

miércoles, 8 de mayo de 2019

CINCO AÑOS DESPUÉS, RUTA ACABADA


   


Entrada en la que hablo de una ruta... 


   De nuevo, el despertador suena demasiado pronto. Pero en esta ocasión el motivo no es para decirme que me vaya a trabajar, sino que me empuja a mi lugar favorito, la montaña. Y no va a ser una ruta cualquiera, sino que va a ser "la ruta". Una que hace 5 años no pude acabar y que hoy iba a hacerlo.


   A la hora acordada recogía a mi compañero de fatigas y me acomodaba en el puesto del copiloto. Dos horas después, la aventura comenzaba. Iba a seguir una ruta que habían hecho hace unos meses. Móvil en mano, fuimos accediendo por atajos hasta el cartel que marcaba nuestro primer objetivo. La primera subida pone a prueba mis pulmones y me obliga a echar mano del inhalador. Afortunadamente, me conseguí olvidar de él el resto del día.


   El río nos hace darnos cuenta del lugar donde nos encontramos. Miremos donde miremos, hay naturaleza, árboles, rocas, montañas nevadas. Lejos, muy lejos, quedan los problemas diarios. Atascos, estrés, edificios... Todo eso no existe. Unos metros más adelante llegamos al ibón. Sinceramente, lo recordaba más feo, tal vez porque lo vi con poca agua. Foto aquí, foto allá y justo cuando me voy a ir al baño, aparece de la nada una pareja. Ya que no puedo ir al baño, nueva sesión de fotos y tomo buena nota de alguna futura ruta. Confirmo lo que ya sé, mi compañero de ruta es sociable. Con una mirada asesina y cruzando las piernas le doy las gracias mientras nos alejamos de la pareja y del ibón.


   La ilusión va aumentando por momentos. Ya voy feliz con la vejiga vacía. Poco a poco nos vamos acercando a nuestra parada más espectacular. De camino, las marmotas nos saludan. Siguiendo la ruta marcada llegamos a un punto donde vamos a la aventura, porque la persona que registró la ruta no llegó hasta el arco.


   Se hace cuesta arriba en el sentido más literal ese último tramo. Mi acompañante, que hasta ese momento se había metido conmigo, se convierte en una animadora. Le faltaron los pompones para decirme que ya estábamos llegando y que faltaba poco. Por mi mente pasa de todo. Pensamientos como "¿quién me manda a mi meterme en esto?" acuden sin ser llamados. Evito darles importancia y me concentro en el camino. Dos posibles rutas. Derecha o izquierda. Nos dejamos guiar por la intuición de mi animadora particular y elegimos el camino de la derecha.


   ¡Aquí está! La cara de ilusión del hombre, lo dice todo. Sonrío mientras me acerco despacio. Mis piernas no dan para más. Y por fin, después de cinco años, ahí está. Desafiando al tiempo. Un impresionante arco. Es más espectacular que en foto. No me cabe la sonrisa en la cara. Me siento tan feliz como agotada. Foto aquí, foto allá y subimos unos metros más. Estamos casi encima del arco y las vistas son las más bonitas que he visto. Seguramente habré observado otros paisajes en la multitud de excursiones que he hecho. Pero en ese momento no soy capaz de recordarlo.


   Decir que me sentía feliz allá arriba es poco. Tenía una sensación de plenitud inmensa. Buena compañía, vistas espectaculares, no sentía el cansancio. Foto aquí, vídeo allá. El bocata de pechugas empanadas sabía delicioso. Hacía algo de aire y bajamos un poco. "Mire donde mire, veo una foto" no puedo estar más de acuerdo con él. Cierro los ojos, respiro hondo y deseo con todas mis fuerzas que el tiempo se detenga. Asumo que no tengo ese poder y me conformo con retener en mi mente la imagen del arco con las montañas nevadas y el lago de fondo.


   Como mi compañero tampoco tiene el poder de detener el tiempo, bajamos despacio. Sus palabras de animadora de antes, se convierten ahora de madre. "Ten cuidado, pisa aquí, pasa por allá" Oigo su voz de fondo y a la vez intento hacerle caso. Poco después llegamos hasta un árbol. Impresionante. Tengo la teoría de que le debió caer un rayo. Está totalmente seco, es enorme y sigue en pie. Sonrío mientras el móvil hace que ese momento quede grabado en una imagen.


   Ahora nos toca pasear por un suelo cubierto de hojas secas. Perdemos un poco la pista de la ruta pero al final y contra todo pronóstico, conseguimos encontrarla. Historias de hombres con sierras, osos y lobos se nos ocurren para amenizar el rato. Por fin, la pista nos conduce hasta el aparcamiento donde mi vehículo nos recibe con un refresco y un zumo de naranja fresco. Comemos algo más y damos por finalizada la aventura.


   De camino a casa y tras la cerveza de rigor, las bromas se suceden. Tal vez suene un poco raro, pero la persona que empezó la ruta no es la misma que la que la acabó. Me siento bien, feliz, con ganas de volver a cargar las pilas allá dónde el único ruido que se escucha es el de la pisadas de mis pies sobre la tierra.
  

viernes, 3 de mayo de 2019

UN VIERNES CUALQUIERA


Nueva entrada en la que hablo de las emociones vividas un viernes por la tarde 


   Hoy ha sido un día lleno de emociones. He ido a una visita teatralizada. Os reto a decirlo en voz alta deprisa, yo no soy capaz. La visita consiste en un paseo por un barrio de la ciudad donde un guía y dos actores nos cuentan un cachito de su historia. He aprendido un montón, incluso he empatizado con alguno de los personajes. Ha sido muy interesante. He conocido a gente nueva y he podido asistir gracias a que me hay gente tan detallista como una servidora.

   En un momento de la visita, el pasado me ha dado una bofetada. Entrando en una iglesia donde el suelo me ha recordado a cuando viví interna. Era tan sólo una niña y fue con creces la etapa más dura de mi vida. En el internado era tan feliz como infeliz en casa. No me he dejado llevar por los recuerdos y he levantado la mirada del suelo para caminar hasta un banco. Allí sentada me he dado cuenta de lo mal que veo de lejos. En ese momento entraban dos personas del grupo y las veía borrosas. El pasado y el presente le decían al futuro que necesito gafas.

   Después de levantarnos del banco, hemos pasado por un sepulcro hasta un claustro. Silencio, plantas, arquitectura de hace unos cuantos años, el cielo azul sin nubes. Me he dado cuenta de lo bien que estaba paseando sola. He sentido esa soledad rodeada de gente de la que hablaba el otro día con una amiga. Recuerdo que entonces decíamos que era muy duro, pero en ese momento yo estaba bien. Mientras observo una flor cruzo unas palabras con un chico del grupo y vuelvo a los bancos. Pasar por el sepulcro no me ha gustado. Saber que hay ahí gente enterrada me ha dado escalofríos y no he podido disfrutar ni fijarme en los detalles que nos ha dicho el guía.

   Ya en la calle hacía frío. Un aire que se ha llevado todas las emociones vividas un rato antes. Ni pasado ni futuro, ni infancia ni gafas. Sólo presente, la visita seguía. Caminando hemos llegado hasta una plaza desde la que se veía la pared del edificio donde hice la catequesis. Bueno, eso pensaba en ese momento. Ahora dudo. Sea como fuere, he centrado toda mi atención en las explicaciones del guía.

   Una representación teatral más, acompañada por las lágrimas de una de las mejores mujeres que conozco, y casi acabamos la visita. De nuevo un poco más de historia en otra ubicación y las sorpresas finales que no quiero desvelar por si alguien se anima a hacer la visita. Muy agradecida tanto al organizador como a los compañeros y el guía. Una tarde diferente para recordar.

   Después de un paseo, (par de dos el próximo día os acompaño al bus) he llegado a casa. Muchas emociones y un solo corazón para gestionarlas todas. "El ser humano asume que ha perdido lo que más quiere y sigue viviendo", me quedo con esa frase dicha por la actriz. Somos fuertes y gracias a eso no hay nada que nos detenga. Y aunque en alguna ocasión las lágrimas mojen nuestras mejillas, siempre tendremos un pañuelo para secarlas. Hay veces que ese trozo de papel lo tenemos en el bolsillo, en otras ocasiones nos lo da una mano amiga.

   Gracias por leerme. Hacía tiempo que no escribía entre líneas y lo echaba de menos. Yo ya te he contado mi tarde ¿y tú? ¿Qué has hecho un viernes cualquiera por la tarde?

domingo, 21 de abril de 2019

LA CULPA ES TUYA, NO MÍA


Entrada en la que hablo de nuestras amigas las piedras  entre otras cosas.

   Una vez leí que pretender que la vida te trate bien por ser buena persona es como esperar que un león no te coma porque eres vegetariano. Y es una gran frase. Hoy me viene a la mente porque estoy pasando por una temporada rara. Llena de cambios, de alejarme de mi zona de confort, de empezar proyectos y no encontrar el camino para llevarlos a cabo. Estoy enfadada con la vida. Y eso que me da mucho. Pero hay veces que me pone a prueba.

   Soy consciente de que la única culpable de este batiburrillo de sentimientos y emociones soy yo. Pero hay momentos en los que le tengo que echar la culpa a alguien y en esta ocasión le ha tocado a la vida. Con lo bonica que es ella y con la cantidad de cosas bonitas que me aporta. Y la de veces que me intenta enseñar una lección que no quiero aprender. Bueno una no, unas cuantas.
 
   Quererme a mí misma, no renunciar a mi esencia, salir de mi zona de confort y no volver a ella, seguir a mi intuición, tener paciencia... Y esas son sólo algunas de las lecciones que me cuesta aprender. Pero que no hay manera. Me cuesta muchísimo hacer las cosas bien. Pefiero hacerlas como me da la gana. Ir por libre y luego darme cuenta de que otra vez he metido la pata en el mismo sitio. ¿Y quién es la culpable de todo esto? La vida, yo no.

   En fin. Supongo que llegará el momento en el reaccionaré y en vez de acumular piedras con las que tropezar, las iré quitando del camino. Acabaré con dolor de espalda de tanto agacharme y seguro que alguna la dejaré porque no me he tropezado suficientes veces con ella. Pero sé que al final conseguiré caminar sin caerme tanto.

   Sé que es una entrada algo confusa porque no hablo de nada en concreto, tan sólo intento expresar emociones. Pero estoy segura que con alguna de las cosas que he dicho, has asentido. Si es así y sino también, te animo a dejar un comentario. Gracias por tu tiempo.

lunes, 1 de abril de 2019

DOMINGO COMPLETO


Entrada en la que hablo de un gran domingo  

   

   Salir de la zona de confort siempre es una buena idea. Y cuando sales para hacer cosas con las personas que más quieres y más gente, el éxito está casi asegurado. Y en mi caso ha sido así. Me lo he pasado genial, estoy súper contenta y por eso le estoy echando un pulso al sueño, para contarlo y dormir unas pocas horas con una sonrisa bien grande.

   El día amanecía nublado. Yo contaba con mucho sol pero Don Lorenzo tenía otros planes. Con el cambio de hora parecía que era más pronto de lo que el reloj decía. Tras salir de casa más tarde de lo que tenía previsto, recogemos a una amiga. Una vez en La Alfranca, damos una vuelta de reconocimiento por el lugar. Unos minutos mas tarde llega nuestro primer compañero de aventuras en compañía de una niña encantadora.

   Después de visitar la exposición, juegan a un partido de voley con una improvisada red a base de vallas de obra. La pequeña y yo nos pasamos una pelota. Justo a tiempo para ver una protección en 3 dimensiones y un vídeo de Ordesa, llega nuestro segundo compi. Su nombre es igual que el del otro chico, así que nosotras lo tenemos fácil.

   Salimos de ver los vídeos con hambre. Tras una comida variada, unos ensalada, otros hamburguesa, empanada y bocadillo, llega la hora de degustar el postre cuya foto he puesto al principio de la entrada. Gracias a nuestro compi por traerla. Estaba deliciosa.

   Con la tripa llena, jugamos a la Oca. Tres equipos, mis peques por un lado, mi amiga y el chico de la ensaimada por el otro y yo con el padre y la hija. Digan lo que digan, hemos ganado nosotros, el equipo rojo. Disfrutamos de las vistas en la última casilla del juego y caminamos hacia un observatorio de aves. Tomo buena nota del sitio. Me parece un buen lugar para perderse cuando el agobio hace acto de presencia.

   La lluvia quiso estar presente en este día tan bonito y nos obliga a meternos en el bar de La Alfranca. Jugamos un rato a las cartas y nos despedimos de nuestra pequeña aventurera y de su padre. Gracias a los dos por venir. Volveré a proponer esta salida y espero contar con vuestra presencia. Sólo espero que hayáis disfrutado tanto como yo del lugar y la compañía.

   La partida de cartas sigue hasta que nos echan del bar. Si, lo reconozco, soy una cierra bares, pero diré en mi defensa que eran las ocho de la tarde. Les propongo ir a cenar en plan barato y una vez en el centro comercial, la cena se convierte en cena y cine. Mi pequeño y yo a una peli de humor con un toque romántico y los otros tres a una de suspense que me habría dado miedo.

   Acabadas ambas películas y con la tripa llena, nos despedimos. Hasta luego, chico de la ensaimada. Gracias por el postre y por tu presencia. Les has caído genial a los peques y a una servidora. También contaremos contigo para la próxima vez que proponga la quedada.

   Con mi amiga ya en casa, toca aparcar. Gracias por venir, un placer coincidir de nuevo contigo. Seguro que en la próxima nos vemos, o mañana mismo jeje. La aventura de aparcar finaliza cuando dejo el coche en un lugar del que lo voy a tener que quitar antes de las siete de la mañana. Haré el esfuerzo de madrugar para moverlo. Ya teníamos todos ganas de llegar a casa. Gracias a mis grandes aventureros por acompañarme en otra de mis propuestas. Cada día os quiero más.

   Ha sido un día muy completo. Desde aquí mando una caricia a esa perrilla que está pachuca y a la que le habría gustado venir. También quiero agradecer a las personas que han tenido intención de venir pero no han podido. Y de nuevo, mil gracias a los que habéis acudido hoy a La Alfranca. Sois culpables de la sonrisa que asoma a mis labios.

   Me voy a dormir, que ya va siendo hora. Tú, que estás leyendo esto, si me admites un consejo, sal siempre que puedas de tu zona de confort. No siempre encontrarás cosas agradables, pero cuando sean buenas, serán muy buenas. Gracias por tu tiempo.

domingo, 17 de marzo de 2019

UNA COLONIA, UN BESO Y UNA LECCIÓN APRENDIDA.



   Allí estaba yo. Sentada en el bar donde tuvimos nuestra primera cita. Solo que esta vez ocupaba tu sitio. De espaldas a la puerta. Con el móvil en la mano le pedía en silencio a la aplicación de mensajería que pusiera "en línea". Pero tenía la certeza que eso no iba a suceder. Y que aunque viera las palabras que tanto anhelaba, no vería la de "escribiendo". Te conocía poco, pero lo suficiente.

   "Seré idiota" me repetía una y otra vez, como si de un mantra se tratara. "¿Por qué no controlé mi impulso? ¿Por qué me dejé llevar por el miedo? ¿Por qué asumí que era como los demás cuando me demostró que era diferente?" Las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Con un rápido gesto las secaba. Estaba en un bar, eran las seis de la tarde y no quería que nadie se acercara a preguntarme. No habría sabido qué decirle, bueno sí, que había sido una tonta impulsiva y que no me podía arrepentir más de lo que hice y que había aprendido una lección tan valiosa como dolorosa y que...

   Un olor me distrajo de mis pensamientos. "Una caña por favor". Me sequé las lágrimas de un movimiento. Nunca me habías visto llorar y ése no iba a ser el primer día. "Gracias". Contuve la respiración mientras te oía acercarte. Cerré los ojos. No quería mirarte, no podía, me sentía tan avergonzada... El móvil pasó de mis manos a las tuyas. Te miré a la vez que me ponía en pie con piernas temblorosas.

   - Lo siento, cariño. He sido una idiota, yo...
 - Las lágrimas empezaron a brotar sin control.

   Un beso puso punto y final a mi disculpa. Tus manos cogieron las mías.

   - Yo tampoco lo he hecho bien. Pero si tengo una cosa clara es que me importas mucho. Cuando venía hacia aquí recordaba todo lo que pasaba por mi cabeza aquel día. La ilusión, las ganas de verte y abrazarte han crecido desde entonces. Sólo aceptaré tus disculpas si tú aceptas las mías. Tu corazón ha vivido muchos desengaños. El mío está acostumbrado a estar sólo. Sé que podemos llegar a un punto de entendimiento. Deja de llorar, mujer, no me gusta verte así. Sólo quiero que llores por mí si te hago feliz.

   Te abracé en silencio. Las lágrimas poco a poco dejaron de mojar mis mejillas. Mi corazón decía tu nombre. Me habías dado una lección de madurez que nunca olvidaría. En ese instante supe que ibas a ser el hombre de mi vida.

   ¿Por qué he recordado todo esto? Porque estoy en el supermercado comprando tu colonia. Ese olor que tiene la habilidad de hacerme sonreír. Y aunque más personas lleven la misma marca, nadie huele como tú.

domingo, 10 de marzo de 2019

SILENCIOS


Entrada en la que reflexiono sobre esa sensación que se te queda cuando alguien te deja de hablar.


  De un tiempo a esta parte, me estoy haciendo experta en silencios. Los recibo y los entrego. Los hay de varios tipos. Los de después de una noche de pasión, después de un beso o porque sí.

   Si me molesta recibirlos aún me molesta más darlos. La callada por respuesta. Centrarme en el lado práctico de "si tú no me hablas, para que lo voy a hacer yo" o "llevo escribiéndote varios días yo primero, considero que te toca a ti".

   Cansa, de verdad que cansa esta situación y mucho. Me duele la garganta de callarme lo que pienso. Porque total, ¿para qué me voy a molestar en hablar con alguien que no quiere oírme?. Además, ¿qué voy a sacar en claro al decirle a una persona que me ha hecho daño? Si ya lo sabe. Todos sabemos cuando hacemos daño con nuestros actos.

   Supongo que ahora es cuando reflexiono y le encuentro el lado positivo y la solución a esos dolorosos silencios. Porque los silencios duelen. Duelen las preguntas sin respuesta. Los ¿por qué?. Los ¿otra vez igual?. Los ¿qué he hecho mal?.

   Soy un sentimiento con patas. Demasiado sensible tal vez, pero forma parte de mí. Y guardar silencio y hacer como si nada pasara es ir en contra de mí. ¿Por qué no lo hago de otra manera? Porque así es como son las cosas. Y me guste o no, debo adaptarme.

   Decía al principio que soy experta y la verdad es que esa experiencia ayuda. Poco, pero algo ayuda. Porque cada vez, el dolor se supera antes. Porque cada vez conozco mejor las reglas de un juego al que cada día estoy más cansada de jugar. Pero que no puedo dejar de hacerlo porque es la única manera de llegar al final de la partida. Y será en ese final donde todos los silencios anteriores me darán igual. Porque sabré que a partir de ese momento no volverá a haber ninguno más.

lunes, 18 de febrero de 2019

SABOR A TRISTEZA


Entrada en la que hablo de un sabor. 


   Hoy quiero hablar de un sabor, el de la tristeza. Y no me refiero al de las lágrimas, que es salado, sino a uno que es ligeramente amargo. Cuando digo tristeza, me refiero a esa que nos invade después de una excursión o un finde increíble.

   En el camino de vuelta, en el coche, autobús o tren, es cuando sentimos ese sabor. Miramos por la ventanilla o dejamos la vista fija en la carretera. Las ganas que teníamos de ida, las expectativas de unas horas solos o en buena compañía, el sitio a visitar. Da igual si el plan era una excursión por el monte o una visita a una ciudad. La conversación con nosotros mismos o con nuestros compañeros de viaje. Todo eso ya queda lejos. Ahora, lo que tenemos por delante es aparcar el coche, bajar del autobús o dar las gracias a la persona que nos ha traído. Y con nuestra mochila al hombro, entrar en casa.

   Y mientras nos damos una ducha o vaciamos la mochila, el sabor a tristeza poco a poco se va. Para dar paso al sabor de la rutina. Poner el despertador, pensar en la comida para el día siguiente, intentar recordar si teníamos algo que hacer después de trabajar...

   El sabor a tristeza es el precio que debemos pagar por haber pasado unas buenas horas o un buen fin de semana. No podemos retroceder en el tiempo para volver a esa hora en la que el día comenzaba. Nos quedaremos con las fotos, que siempre nos recordarán los buenos momentos. A la vez, pensaremos en cuál será la nueva aventura que nos deje ese sabor a tristeza.

domingo, 3 de febrero de 2019

MARÍA Y VICENTE


Relato que cuenta los pensamientos de una mujer que se despierta en mitad de la noche  


   María se despierta. Son las tres de la mañana. Busca la postura para volver a dormir y se encuentra con Vicente. El hombre duerme con la boca abierta, la baba colgando y con unos ronquidos que amenazan con despertar a todo el vecindario.

   Le encanta ese hombre. Desde que le conoció supo que le quería en su cama y en su vida. Se conocieron en un bar de copas. Ella con sus amigas, él con sus amigos. No tardaron en bailar juntos y muy pegados. Esa misma noche, Vicente se fue a casa con un teléfono más en su agenda.

   El primer encuentro no tardó en llegar, fue en casa de María. Quedaron a tomar café y antes de que estuviera hecho el cabecero golpeaba contra la pared. Desde aquél día se vieron todas las semanas.

   Vicente se mueve en la cama. Le ha despertado un ronquido aún más alto que los anteriores. Son las tres y media. María cierra los ojos, haciéndose la dormida. El hombre sale de la habitación a tiempo que se viste y masculla entre dientes algo inaudible.

A pesar de cerrar con cuidado la puerta de la calle, ella siente un golpe fuerte. No lo quiere admitir, pero se ha enamorado de un hombre casado.

sábado, 2 de febrero de 2019

UN ÁRBOL MUY ESPECIAL




Nueva entrada en la que cuento la historia real de un árbol muy especial.

   ¡Hola! Os saluda un árbol. Sí, ya lo sé, es raro que un trozo de madera escriba. Pero el papel sale de la celulosa que nosotros producimos. Así, que si lo piensas en frío, no es algo tan raro. ¿Por qué os escribo? Porque tengo algo que contar. Una historia. Mi historia. Bueno, en realidad no es ni sólo una ni mía, pero estoy seguro que os gustará conocerla.

   Me he hecho una foto, que os muestro al principio del texto. ¿A qué salgo guapo? He querido que la viérais porque en la vida real existo y la imagen es una prueba de ello. Si algún día quieres visitarme, la mujer que me está ayudando a escribir estas letras estará encantada de decirte dónde puedes encontrarme.

   Soy un trozo de madera muy especial. Único diría yo. Porque guardo con cariño las cenizas de todas esas personas que me nombraron como última voluntad. La vida y la muerte me hacen cosquillas en las raíces. Y cuando nadie está por aquí, cada uno me cuenta su historia. Sin palabras. No son necesarias. Porque lo más importante no es audible.

   Un abuelo octogenario cuyo corazón se cansó de latir, un padre que se fue dejando a su hijo, un niño que no sobrevivió a la dura enfermedad, una abuela que dejó a su marido triste y viudo… Muchos de ellos ni se conocían, otros sí y lo que tienen en común soy yo. Les doy sombra en los peores días de agosto y abrigo cuando la nieve se posa sobre la tierra. En el mundo en el que están ya no experimentan ni frío ni calor pero sé que a todos les gusta sentirse queridos. Y yo les quiero, porque sus vidas forman parte de la mía.

   Me cuentan sus historias cuando llegan. Al principio es duro, porque vienen con muchas preguntas “¿por qué yo?” es la más habitual. Pero cuando las personas que han venido a traerles se van, el resto de la familia les hablan. Es emocionante sentir los reencuentros. Los nuevos olvidan sus preguntas y aceptan la nueva vida.

   No sé cuántos años puede vivir un árbol como yo. Pero lo que es seguro, es que nunca moriré. Y cuando llegue mi hora, dejaré una semilla para que otro árbol se haga grande y fuerte. Él será el encargado de dar cobijo a todas esas personas que pasaron de tener un cuerpo humano a uno de cenizas.

jueves, 31 de enero de 2019

ÚLTIMA CARTA


Inauguro sección con este relato escrito por algo que cuando lo valoramos es demasiado tarde, porque ya lo hemos perdido. 

    Nunca te he escrito una carta y la verdad es que no sé muy bien por dónde empezar. Sólo tengo una idea clara, quiero contarte el por qué de muchas cosas que no entiendes. Y también quiero hacerte ves todas esas cosas que no ves a pesar de su grandeza.

   Ya que he empezado la carta, voy a continuar pidiéndote explicaciones. Has dicho cosas muy feas de mí. Que soy una mierda es una de ellas. Sí, ahora sé que te avergüenzas de ello. Pero sé también que no lo volverás a decir. No te guardo rencor. La verdad es que ha habido veces en las que me he pasado contigo. No ha sido por gusto, sino para que volvieras al camino correcto. Te ponía señales y no las veías. Al final, tenía que tirarte al pozo y llevarme la cuerda. En ese momento decías cosas muy feas de mí. Pero a la vez veías todas esas señales que pasaste por alto días atrás.

   He sido dura contigo, lo sé y no me arrepiento. Tenías que aprender unas determinadas lecciones para continuar tu camino. Lo has pasado mal, muy mal. Incluso has llegado a pensar que no tengo sentido. Pero eso sólo ha sido un pensamiento pasajero.

   Amor, amigos, familia, salud, dinero… Te he tocado las narices con todos y cada uno de ellos. Había veces en las que cogía dos y jugaba a ver cómo superabas el reto. Aprendiste a priorizar y cuando te equivocabas en tus decisiones te lo hacía ver de forma clara.

   Una de las peores cosas que has llevado es tu tren. Personas que no imaginabas que se iban a subir, te hacían compañía. Y esas otras que no pensabas que se iban a bajar, abandonaban el tren en marcha. Y ahí estabas tú, llorando a todo llorar sin entender nada. En esos momentos te daba un caramelo para contrarrestar el sabor amargo de la tristeza.

   ¿Y qué me dices del amor? Ahí también lo has pasado muy mal. Pero te diré una cosa, eso no es cosa mía ¿Eh? El que se encargó de todo fue el Señor Cupido. Pero ya te diste cuenta que cada desengaño tenía algo que enseñarte.

   Te decía al principio que quería enseñarte todas esas cosas grandes que no ves. Ahora es el turno de ellas. El amor de tu vida cogiéndote la mano, todos y cada uno de los momentos bonitos que has vivido, las lágrimas de felicidad derramadas, la sensación de plenitud en las buenas temporadas.

   Quería Amiga, tu tiempo, igual que el mío, se agota. Debo dejarte en manos de una señora a la que sé que le tienes mucho miedo. Pero créeme, te lo va a hacer fácil. Sonríe por última vez y saluda a la Señora Muerte.

   Atentamente, la Vida.