martes, 13 de noviembre de 2018

UNA CARTA MAS...


Nueva entrada dedicada a una gran mujer. 


   Una lágrima nace en mis ojos tristes. Poco a poco, desciende por la mejilla hasta morir en la comisura de mis labios. Su sabor es amargo. Contiene muchos recuerdos, muchos de ellos tristes. Pero que a la vez hablan de la primera vez que sentí ese amor incondicional. Un amor capaz de sobrevivir a la vida y a la muerte.


   Detrás de esa primera lágrima, van muchas más. Todas igual de tristes, de amargas, de dolorosas. Cabeza y corazón se conocen la teoría. Ambos saben que las cosas se superan, que no hay mal que mil años dure. Están acostumbrados a luchar, superar y aceptar. Pero contigo no pueden. No quieren llegar a ese último punto del duelo llamado negociación. Porque no hay nada negociable.


   Casi todo el tiempo puedo aceptar que te hayas ido, pero nunca que te has ido para siempre. Porque sin verte, te veo. Mirando al cielo cuando mi vaso se llena o busco unas respuestas que sé que sólo tienes tú. Cerrando los ojos y dándote las gracias en silencio por ayudame a seguir incluso cuando siento que no puedo más.


   Cada vez que hablo de ti, cada vez que te escribo tengo esta misma sensación. No quiero dejar de hacerlo, mamá. Porque siento que cuando ponga el punto y final estarás más lejos de mí. Escribirte es una manera de sentirte aún más cerca que cuando miro las estrellas. Es una manera de expresar con palabras lo que te diría si tu cuerpo habitara en este mundo.


   Gracias. Muchas gracias por todo lo que me has dado. La vida nada menos. Una vida que intento vivir de la mejor manera. Aunque hay veces que siento que no avanzo. Que giro sobre mi misma sin encontrar la salida. Pero de alguna manera me enseñaste a luchar. Con tu último suspiro luchaste. Y ese recuerdo me ayuda a seguir adelante cada día.


   Dentro de dos días hará 26 años que te fuiste y como ya sabes, daría todo lo que tengo por poder darte un último abrazo y decirte dos cosas. Gracias y te quiero.