lunes, 18 de febrero de 2019

SABOR A TRISTEZA


Entrada en la que hablo de un sabor. 


   Hoy quiero hablar de un sabor, el de la tristeza. Y no me refiero al de las lágrimas, que es salado, sino a uno que es ligeramente amargo. Cuando digo tristeza, me refiero a esa que nos invade después de una excursión o un finde increíble.

   En el camino de vuelta, en el coche, autobús o tren, es cuando sentimos ese sabor. Miramos por la ventanilla o dejamos la vista fija en la carretera. Las ganas que teníamos de ida, las expectativas de unas horas solos o en buena compañía, el sitio a visitar. Da igual si el plan era una excursión por el monte o una visita a una ciudad. La conversación con nosotros mismos o con nuestros compañeros de viaje. Todo eso ya queda lejos. Ahora, lo que tenemos por delante es aparcar el coche, bajar del autobús o dar las gracias a la persona que nos ha traído. Y con nuestra mochila al hombro, entrar en casa.

   Y mientras nos damos una ducha o vaciamos la mochila, el sabor a tristeza poco a poco se va. Para dar paso al sabor de la rutina. Poner el despertador, pensar en la comida para el día siguiente, intentar recordar si teníamos algo que hacer después de trabajar...

   El sabor a tristeza es el precio que debemos pagar por haber pasado unas buenas horas o un buen fin de semana. No podemos retroceder en el tiempo para volver a esa hora en la que el día comenzaba. Nos quedaremos con las fotos, que siempre nos recordarán los buenos momentos. A la vez, pensaremos en cuál será la nueva aventura que nos deje ese sabor a tristeza.

domingo, 3 de febrero de 2019

MARÍA Y VICENTE


Relato que cuenta los pensamientos de una mujer que se despierta en mitad de la noche  


   María se despierta. Son las tres de la mañana. Busca la postura para volver a dormir y se encuentra con Vicente. El hombre duerme con la boca abierta, la baba colgando y con unos ronquidos que amenazan con despertar a todo el vecindario.

   Le encanta ese hombre. Desde que le conoció supo que le quería en su cama y en su vida. Se conocieron en un bar de copas. Ella con sus amigas, él con sus amigos. No tardaron en bailar juntos y muy pegados. Esa misma noche, Vicente se fue a casa con un teléfono más en su agenda.

   El primer encuentro no tardó en llegar, fue en casa de María. Quedaron a tomar café y antes de que estuviera hecho el cabecero golpeaba contra la pared. Desde aquél día se vieron todas las semanas.

   Vicente se mueve en la cama. Le ha despertado un ronquido aún más alto que los anteriores. Son las tres y media. María cierra los ojos, haciéndose la dormida. El hombre sale de la habitación a tiempo que se viste y masculla entre dientes algo inaudible.

A pesar de cerrar con cuidado la puerta de la calle, ella siente un golpe fuerte. No lo quiere admitir, pero se ha enamorado de un hombre casado.

sábado, 2 de febrero de 2019

UN ÁRBOL MUY ESPECIAL




Nueva entrada en la que cuento la historia real de un árbol muy especial.

   ¡Hola! Os saluda un árbol. Sí, ya lo sé, es raro que un trozo de madera escriba. Pero el papel sale de la celulosa que nosotros producimos. Así, que si lo piensas en frío, no es algo tan raro. ¿Por qué os escribo? Porque tengo algo que contar. Una historia. Mi historia. Bueno, en realidad no es ni sólo una ni mía, pero estoy seguro que os gustará conocerla.

   Me he hecho una foto, que os muestro al principio del texto. ¿A qué salgo guapo? He querido que la viérais porque en la vida real existo y la imagen es una prueba de ello. Si algún día quieres visitarme, la mujer que me está ayudando a escribir estas letras estará encantada de decirte dónde puedes encontrarme.

   Soy un trozo de madera muy especial. Único diría yo. Porque guardo con cariño las cenizas de todas esas personas que me nombraron como última voluntad. La vida y la muerte me hacen cosquillas en las raíces. Y cuando nadie está por aquí, cada uno me cuenta su historia. Sin palabras. No son necesarias. Porque lo más importante no es audible.

   Un abuelo octogenario cuyo corazón se cansó de latir, un padre que se fue dejando a su hijo, un niño que no sobrevivió a la dura enfermedad, una abuela que dejó a su marido triste y viudo… Muchos de ellos ni se conocían, otros sí y lo que tienen en común soy yo. Les doy sombra en los peores días de agosto y abrigo cuando la nieve se posa sobre la tierra. En el mundo en el que están ya no experimentan ni frío ni calor pero sé que a todos les gusta sentirse queridos. Y yo les quiero, porque sus vidas forman parte de la mía.

   Me cuentan sus historias cuando llegan. Al principio es duro, porque vienen con muchas preguntas “¿por qué yo?” es la más habitual. Pero cuando las personas que han venido a traerles se van, el resto de la familia les hablan. Es emocionante sentir los reencuentros. Los nuevos olvidan sus preguntas y aceptan la nueva vida.

   No sé cuántos años puede vivir un árbol como yo. Pero lo que es seguro, es que nunca moriré. Y cuando llegue mi hora, dejaré una semilla para que otro árbol se haga grande y fuerte. Él será el encargado de dar cobijo a todas esas personas que pasaron de tener un cuerpo humano a uno de cenizas.