lunes, 29 de mayo de 2017

VIVA YO


Entrada en la que cuento cómo he pasado un domingo de excursión...

   Sí, lo sé. El título suena presuntoso. Si es la primera vez que lees mi blog, pensarás que soy una creída y si ya sabes que no lo soy, te sorprenderá. Pero en estos momentos, después de un día tan intenso, no se me ocurre un título mejor. Como ya has leído en la introducción, voy a contar cómo he pasado un bonito domingo.

   Todo empezó esta mañana a las siete de la mañana. Había quedado en un cuarto de hora e iba loca por la casa preparando las cosas. Me hice dos sándwiches, metí el agua (metí tres botellas de medio litro y saqué una), un batido de fresa, una ensalada... Lo siguiente era vestirme. El día anterior, aprovechando la tarjeta regalo de unas amigas, me compré un pantalón de senderismo. Decidí volver a la montaña y lo iba a hacer con la ropa adecuada. Adiós a mis cómodos vaqueros. Quito las etiquetas y me pongo un pantalón... una talla más pequeña. Me metí dentro del probador con dos tallas, decidida a cogerme la mía y sin querer cogí la equivocada. Contengo la respiración y abrocho el botón. Ya estaba lista para una ruta que me habían avisado que iba a ser dura. Pero ¿Quién dijo miedo? Yo no... aún.

   Llego cinco minutos tarde al lugar donde había quedado con una de mis compañeras de fatigas. Tengo que aprender a levantarme antes. Estar sentada al volante no era muy cómodo, pero yo no iba a renunciar mi recién estrenado pantalón de senderista.

   Ya en el lugar de la quedada, dos besos a los componentes de la excursión y cada uno a su coche. Un par de guantes hacen compañía al resto de cosas. Minutos después de arrancar, una parada para recoger al último compañero. En total, 9 personas, 6 chicas y 3 chicos. En común ganas e ilusión por llegar al punto de destino.

   Muy cerca del parking empieza la ruta. Antes de empezar, guardo mi batido de fresa en la nevera de un compañero, nos echamos crema y algunos se ponen las botas de montaña. El inicio, cuesta arriba, como tiene que ser. Mis pulmones luchan por acostumbrarse al esfuerzo extra. Subimos por un camino de piedras con arena. No es difícil el ascenso, pero sí requiere que ponga mi cara seria de concentrada. De vez en cuando alguien me pregunta como voy. Sonrió tímidamente y miento "bien".

   Cuando llevamos un rato, nos toca subir por cuerdas. En el primer sitio está enrollada y una de las chicas tiene que subir "a pelo". Amablemente, nos la lanza desde arriba. Consigo subir. Ole por mi. Unos metros mas allá, otra cuerda y tras subir durante unos minutos, la última cuerda. Elegimos entre agarrarnos a ella y ascender o trepar por unas rocas. Voy toda decidida, vale... es mentira. Me pongo delante de unas grandes rocas con más miedo que otra cosa y empiezo a subir. Una mano amiga me invita a cogerla. Mis pies no encuentran punto de apoyo. Me bloqueo. No puedo subir, tendré que quedarme abajo. Venga, que yo puedo, ya están arriba 7. Miro la mano, no me atrevo. Respiro hondo y alguien me coge y tira. Sin saber cómo llego hasta arriba, al cambiar de persona se ha ido el bloqueo y he sido capaz de superar el tramo más difícil.

   Esta ruta está siendo dura y no sólo por el esfuerzo físico que requiere, sino por el esfuerzo mental. Lucho contra los "no puedo", "estoy agotada, yo me quedo aquí" y los combato con "sí puedo", "a pesar del cansancio llegaré hasta la cima". También ayudan mucho los ánimos que me llegan de fuera "vamos bien" "tú puedes" "después de esta curva se acaba la subida". Frases motivadoras que animan más de lo que parece.

   Las manos me huelen a bicicleta, porque uno de los compis que me ayudó llevaba guantes de bici. Recuerdo la ruta más larga que hice cuando le daba a los pedales, 60 kms. Y los hice todos. A pesar de que estuve tentada varias veces de tirar las dos ruedas al canal. Si superé eso, podré con todo.

   El último tramo es el más duro. Piedras sueltas. Recibo mucha ayuda que tanto yo, como mis rodillas agradecen. Me piden que pise con seguridad, pero las rodillas tiemblan y no es posible. Poco a poco, vamos avanzando hasta la cima. Merece la pena el gran esfuerzo.

   Comemos algo, nos hacemos unas fotos, descansamos y para abajo. Cuando acabemos las piedras sueltas unos suculentos sándwiches me esperan. No hay manera de parar el temblor. El cansancio y el miedo se han apoderado de las rodillas. A pesar de ello, consigo llegar abajo. Tres mordiscos al primer sándwich y lo guardo en la mochila. No soy capaz de comer nada, ni la ensalada. Siento frustración. Hacía tiempo que no me pasaba. En las primeras excursiones a las que salí, hace ya varios años, no era capaz de comerme la comida que llevaba. Una chocolatina, frutos secos, algo de fruta... pero imposible algo con más consistencia. Decido que el próximo día, llevaré algo que me apetezca mucho y lo comeré.

   Tras un descenso que se me antoja interminable, llegamos a los coches. Mi nivel de cansancio es nuevo. Nunca había estado tan agotada. Agradezco el agua fresca que me ofrecen y bebo el batido de fresa fresquito. Me sabe a gloria, delicioso, el mejor de la historia. Sé que el culpable de todas esas sensaciones es gran esfuerzo físico.

   He sido capaz de subir y de bajar sin abrirme la cabeza. El pantalón se me ha roto, al igual que las bragas debido a que lo he paseado por media montaña, la sensación de subir el peso de comida que no me he comido tampoco es agradable. Pero a pesar de todo, estoy muy contenta y orgullosa de mi.


   Ya en casa y tras una merecida ducha, veo que me he llevado los guantes de una compañera. No pasa nada, seguro que la volveré a ver delante de un café o de otra montaña.

   Se me olvidaba recordar las cervezas de después de la ruta. Risas, bromas, buen ambiente y las últimas fotos para recordar siempre un domingo inolvidable.


jueves, 18 de mayo de 2017

HAY QUE VIVIR

Entrada escrita después de un paseo mañanero con dos personas que sin saberlo, me han enseñado mucho.


   Vive, joder, vive. Pero... ¿De dónde se sacan las fuerzas para levantarse cada día? ¿Como se hace para mostrarle al mundo tu amplia sonrisa? ¿De qué manera silencias las palabras que tu corazón te grita y tú no quieres oír? Cuando miras a tu alrededor y ves a tu gente pasarlo mal... ¿Qué haces con toda esa impotencia que sientes al no poder ayudarles como te gustaría?

   La teoría me la sé, de verdad que sí. Vivir el momento, dar gracias por todo lo que tenemos, valorar como se merece el poder levantarnos cada día de la cama. La actitud. Pero cuando los sentimientos hablan, no hay quien los calle. Ellos no entienden de problemas económicos, entienden de agobio. Ellos no ven que la vida es efímera, ellos lloran la ausencia.

   Ayer pensaba que la vida es maravillosa, que la vida es lo mejor que nos puede pasar y que tiene que ser dura para que la podamos valorar tal y como se merece. Porque lo que más nos cuesta es lo que más apreciamos. Aunque haya momentos en los que sacamos de paseo la bandera blanca para rendirnos o no tengamos claro el camino a seguir.

   Una vez me preguntaron qué quiero ser de mayor. Feliz fue mi respuesta. Es lo único que quiero, felicidad. Ser capaz de sonreír y tener la fuerza necesaria para hacer sonreír a la gente que me rodea. De día todo se ve mejor, con la luz del sol las cosas tienen color. Pero por la noche las sombras acechan, igual que las lágrimas. De noche las cosas no tienen vida ni color.

   Sí, voy a ir por ese camino. Por el de la sonrisa y la felicidad. Voy a dar gracias por cada minuto que tengo la capacidad de respirar. Voy a llorar, pero de felicidad y lo haré siempre que tenga ocasión. Porque sólo así podré valorar de verdad, todo lo que tengo. Y no hablo de cosas materiales. Se acabó el ser infeliz con lo que no tengo. Adiós a la frustración porque me gustaría estar de vacaciones o porque la lotería no toca. Voy a darle a cada cosa, el valor que tiene.


   Adiós tristeza e impotencia. Hola alegría y aceptación.