jueves, 29 de agosto de 2019

HISTORIA DE UN VERANO


  Relato sobre una historia de amor. 

   - Te quiero - dice en voz alta María cuando el autobús abandona la estación.

   - Ya no te oye.

   La voz de Isaac la sobresalta. No se esperaba ver a su gran amigo allí. Llorando le abraza. Él ha vivido de primera mano su historia de amor y sabía que ella no iba a tener el valor de decirle a Arturo lo que siente por él.

   - Me ha dicho que si le decía que le quería, lo  dejaría todo. Se hubiera quedado aquí. A mi lado. Pero yo no he tenido valor. No le podía hacer eso. Dejar su vida en la otra punta de España por mí... No. Imagina que sale mal y me echa la culpa de todo. - Las lágrimas le impiden continuar.

   Sabe que ha perdido al amor de su vida por no tener el valor de decirle lo que siente. Un sentimiento que nació el día en que se conocieron. Él trabajaba en un chiringuito de playa. Ella se fijó en Arturo desde el primer día que lo abrieron. Conocía al dueño, que fue el que los presentó.

   - Aquí está mi camarero nuevo. Es guapo ¿eh? Lo he traído desde la otra punta de España. Tiene buenas referencias y además le debía un favor a una vieja amiga. Ella es María, mi clienta más fiel. Vive en los edificios que se ven desde aquí. Tómale nota y vente para adentro, hay muchas botellas que colocar.

   Con esa presentación no pudieron hacer más que reírse. Enseguida entablaron conversación. Él le contó que su jefe tuvo un lío con su madre y por eso había ido a trabajar allí, aprovechando que no le habían renovado el contrato en la fábrica. Ella le contó que estaba estudiando su segunda carrera y que todos los veranos bajaba al mismo chiringuito. Las noches de más trabajo, ayudaba a Gonzalo.

   Con el paso de los días, las conversaciones se volvían más profundas. Después de una semana ya se habían dado su primer beso. Fue justo como ella lo esperaba. Era una noche oscura en la que una gran luna llena iluminaba más que las farolas. Arturo ya se empezaba a acostumbrar al ritmo de trabajo y hacía días que quería decirle algo.

   - Está preciosa la luna.

   - Es fea en comparación con tu sonrisa.

   Sonrojada, ella le mira. Su sonrisa no puede ser más amplia. Antes de que pueda agradecer el cumplido, él la besa. Hacía tiempo que no sentía ese cosquilleo en la tripa. En ese instante nacía algo que crecería durante todo el verano.

   Se veían por la noche, cuando Arturo acababa su turno. Quedaban solos y con los amigos de ella. Paseaban por la orilla de la mano, recogían conchas y esquivaban gaviotas. No se atrevían a hablar de futuro, solo disfrutaban el presente. El día de la despedida se acercaba y ambos lloraban en soledad pensando en ese momento. A pesar de lo que sentían el uno por el otro, ambos sabían que era un amor de verano. Ella estudiando en la costa, él trabajando en una gran ciudad. Vidas paralelas y una relación con fecha de caducidad.

   La última noche fue inolvidable. Gonzalo le había dado el día libre y le prometió volverle a llamar para el verano siguiente. La pareja fue a cenar a un bonito restaurante y durmieron abrazados en una cala a la que María solía ir cuando necesitaba pensar en sus cosas. No durmieron esa noche. No querían dejar de mirarse. De nuevo, la luna les iluminaba.

   - Dime que me quieres y no me subo al autobús.

   Ella baja la mirada. No puede. Sabe que él necesita ayudar a su madre económicamente y en la pequeña ciudad costera no hay trabajo en invierno.

   - Lo siento. - Dice mirando al suelo.

   - Te quiero - Él ya no le oye. Pero su corazón sí.

   - Necesito bajarme del autobús.

  El conductor le mira. Detiene el vehículo en una parada de autobús urbano y le deja sacar la maleta. Sonríe mientras observa por el retrovisor el reencuentro de la pareja. Hace unos años le habría gustado que el conductor de su autobús hubiera hecho lo mismo.