martes, 25 de junio de 2019

EN PROCESO DE ACEPTACIÓN

Entrada en la que reflexiono sobre uno de mis problemas, aceptar que cada uno es como es. 

   Tengo un problema. Bueno, en realidad son varios, pero hay uno al que le estoy dando vueltas ahora. Aceptar que la gente no es como yo. Sí, lo sé, es una cosa muy tonta. Pero hoy eso me hace sentir mal. He de reconocer que conozco personas como yo, bueno en realidad, mucho mejores. Pero me sobran dedos de una mano para enumerarlas.

   Cuando digo "como yo" me refiero a una virtud en concreto. Entre mis muchos defectos se esconde una virtud, y es que estoy ahí cuando se me necesita. Tu me cuentas un problema y ahí estoy el tiempo que haga falta hasta que consigo que te encuentres mejor. Lo mismo te cuento un chiste malo que te invito a un café. La gran mayoría de las veces no podré solucionar lo que te preocupa, pero sí seré capaz de conseguir que dejes atrás un poco esa tristeza.

   ¿Y yo? ¿A quien acudo cuando las lágrimas brotan de mis ojos? En muchas ocasiones a nadie, porque la noche suele ser testigo de esos momentos. Pero cuando es de día, llamo a una puerta u otra. Y normalmente no recibo la respuesta deseada. "Ea, ea" con una palmadita en la espalda. "Tú eres tonta, preocuparte por esa tontada" es otra respuesta que recibo. O simplemente un "tranquila, ya pasará".

   Y aquí es donde está mi problema. Que no acepto que la gente sea así. Porque yo no hago eso, sino que estoy pendiente. Una persona se ha abierto a mí, me ha contado su problema. Qué menos que invertir mi tiempo en ella. Darle todo mi apoyo, escucharla durante horas si hace falta, ofrecerle mi compañía y si lo necesita un punto de vista diferente.

   Estoy enfadada. Pero no con la gente que no tiene la culpa de que hoy la tristeza haya venido a visitarme. Sino conmigo misma. Enfadada porque no acepto que la gente no coja mi mano igual que yo cojo la suya. Soy rara, lo sé. Lo normal es hacer lo que todo el mundo hace cuando le cuentan un problema. Evita implicarse con la tristeza o los problemas ajenos. Porque para eso ya tlene los suyos propios. Y está genial, así debería ser siempre. Porque si te implicas mucho, de una manera o de otra, sales perdiendo. Porque algo de esa tristeza te llega. Supongo que ese es el pensamiento general. Aunque yo no lo veo así. Porque hacer sonreír a una persona que antes lloraba, darle mi tiempo a alguien que lo necesita, escuchar durante horas situaciones que no puedo solucionar, me llena. Porque sé que gracias a ello, consigo que una persona se sienta mejor.

   El otro día leí por ahí que ayudando nos ayudamos. Y es así. Soy teleoperadora y en el trabajo lo vivo cada día. Cuando resuelvo el problema de un cliente me siento mucho mejor. En mi vida personal, sentir que he podido hacer algo por alguien, es lo más. Aunque sólo sea escuchando o con un abrazo.

   Bueno, ya va siendo hora de acabar la entrada. Tengo una tristeza a la que debo hacer frente. El motivo es el de todos los años por estas fechas, la ausencia de las dos personas que me dan la vida cada día. Por eso cuando no están, siento que me falta algo. Y Doña Soledad, que lo sabe bien, aprovecha la ocasión y ataca. Es entonces cuando lo digo en voz alta y espero que mi voz sea escuchada. Pero no sólo eso, sino que además espero que la gente reaccione como yo lo haría. Y al comprobar que no es así, me siento mal.

   Bueno y ahora sí, doy por finalizada esta entrada. Las que escribo que son tristes me gusta acabarlas con un mensaje positivo. Y en esta ocasión lo haré para dar las gracias a esa gran mujer que es como yo. Gracias por ofrecerte a hacerme compañía y comer juntas. Aunque debo aceptar que la gente no es como tú, me alegra comprobar que aún quedan personas que van más allá de dar una palmadita en la espalda. ¿Y tú? ¿Cómo llevas la entrada del verano? Seguro que mejor que yo. Gracias por tu tiempo.

lunes, 17 de junio de 2019

FINDE COMPLETO



Entrada en la que hablo del bonito finde que he pasado. 

   Este fin de semana ha sido completo. A pesar de trabajar el sábado, he tenido la sensación de haber disfrutado mucho. Y al fin y al cabo, eso es lo que nos queda, los momentos vividos. Porque son situaciones que hacen sonreír y te ayudan a cargar las pilas de optimismo.

   Empezó el viernes por la tarde. Subí a hacer una visita y conocí a una persona que fue capaz de emocionarme en tan sólo dos minutos. En una entrada sobre la montaña, la de "La ruta de las emociones", hablaba de empatía. Bueno, pues en esta ocasión fue similar. La mujer expresó en voz alta mi mayor deseo. Dos personas, bueno, en realidad tres, que quieren lo mismo. Se podría cumplir ¿verdad?. Dejaremos en manos del tiempo la decisión de que se cumpla o no el deseo. Tiempo... palabra a la que tengo una especie de amor y odio a la vez. Pero eso da para otra entrada de blog. Después del breve encuentro, un paseo. Dejé volar mi imaginación, hice alguna foto y disfruté de la buena compañía.

   El sábado, me tocó trabajar. Después de hablar con muchos clientes, reencuentro con un chaval que hacía meses que no veía. Vino con su hija que no conocía. También se animaron otro chico de un grupo raro donde estoy y mi hijo mayor. Dimos un paseo por los puestos del mercado medieval y disfrutamos de una patata asada. También controlamos a unas personas que no iban con intención de disfrutar de los tenderetes, sino más bien, de intentar llevarse a casa algo que no era suyo. Después del paseo, compramos unas "medidas de Nuestra Señora del Pilar". Mi niño se las quiere regalar a familiares que seguramente no sabrán el significado. Me pareció muy bonito. A mí me regalaron una y yo regalé otra. Son detalles que te hacen sonreír y darte cuenta de que te relacionas con personas que merecen la pena.

   Tras el paseo, me puse guapa. Eso me dijeron, y fui a una cena. Era la celebración de dos cumpleaños. Éramos varios y no conocía a más de la mitad. Normalmente, soy tímida cuando estoy con gente que no conozco, pero en esta ocasión me sentí una más. Entre todos los comensales hicieron que me sintiera una más del grupo. Es de agradecer. Tanto por el detalle físico, como por el resto que tuvieron hacia mí. No es fácil sentirte una más con personas que acabas de conocer. Pero en este caso, nos unen varias cosas. El cariño hacia la persona que tenemos al lado y las ganas de pasarlo bien, son dos de ellas. Justo antes de coger el coche, un abrazo que se une a los detalles de los que hablaba antes.

   Coger un coche ajeno nunca me ha gustado. Conducir de noche, me gusta poco. Y meterne por la autovía, de noche, con un coche nuevo, ya es la pera. Pues ahí estaba yo. De pelea con las largas porque no sabía dejarlas fijas. Afortunadamente, una servidora, además de guapa iba de valiente y controlé en todo momento la situación. Ya en el destino, la necesidad de escribir me llevó a coger el block de notas del móvil para sacar fuera los sentimientos que no me dejaban dormir. Gracias a eso, después de escribir, conseguí dormir con una sonrisa.

   El domingo fue un día intenso a nivel emocional. Empecé la mañana con una despedida. ¿Sabéis esas situaciones en las que tienes que ser fuerte, pero por dentro estás triste? Pues ahí estaba yo. Con mi mejor sonrisa y un montón de palabras de ánimo. A la vez, me sentía triste. No obstante, sonreía porque todos los viajes son positivos y sé que este también lo será. Bueno, vale, en realidad no lo sé. Pero me gusta pensar que sí.

   El picnic de después, me ayudó a desconectar. Y es que hay gente, que sin saberlo, te ayuda. Patatas fritas, ensalada, olivas... No nos faltó de nada. Conocí a una mujer y a su hijo y también se vinieron otro componente del grupo y mis pequeños. Con la tripa llena, fuimos a ver la torre del agua. Nunca había estado dentro y me gustó el sitio. Después de eso, jugamos a las cartas. A la visita se había unido más gente y más personas se animaron a echar una partida de rabino a la sombra de una palmera. También hubo campeonato de bádminton. No quise jugar para no ganarles... Vale, lo reconozco, no tenía ninguna gana de moverme. Preferí devorar patatas fritas.

   El broche de oro fue la cena con una de mis mejores amigas. Una de esas personas que sabe que no estás bien con tan sólo un WhatsApp. Nos pusimos al día de nuestros respectivos findes y tras la cena, tocó llegar a mi hogar dulce hogar.


   Está genial eso de conocer gente con la que puedes hacer cosas. Lo mismo ir al monte, que a la piscina o a jugar a las cartas. Es algo así como la pandilla del pueblo pero con personas adultas. Me gusta esa sensación. Y aunque el grupo no lleva mucho tiempo, espero que dure muchos años. La gente que voy conociendo merece la pena. No todo el mundo me cae igual de bien, pero de cada persona siempre se puede sacar algo bueno. Me siento bien. Y aunque mi felicidad podría ser aún mayor, no tengo ningún motivo para quejarme del súper fin de semana que he tenido. Mil gracias a todas y cada una de las personas que han formado parte de él.
  
   ¿Y tu finde qué tal ha ido? Si nos lo quieres contar te animo a hacerlo en comentarios. ¡Gracias por leerme!

lunes, 10 de junio de 2019

LA RUTA DE LAS EMOCIONES






Entrada en la que cuento cómo fue una ruta dominguera. 
   Es habitual que los domingos el despertador suene antes que entre semana. Pero lo de éste fue pasarse. Vale, sí, lo reconozco. Parte del sueño fue culpa mía porque me acosté tarde. Pero volvería a hacerlo. Cuando te lo pasas bien, las horas avanzan a la velocidad de la luz. Bueno, que me voy del tema, como decía, madrugué mucho. Eso sí, no lo hice sola y desperté a mis dos ¿pequeños? ¿hombrecitos?. A mis dos amores. Con la legaña aún colgando salimos de casa.

   A la hora prevista, más o menos, hicimos nuestra primera parada. Recogíamos a nuestra amiga perruna y a su dueño. El animal era el más despierto de los ocupantes del vehículo.

   Con cinco minutos de retraso llegamos al punto de encuentro. Allí estaban mi gran amiga y su perrete, un hombre al que conozco de un día y dos mujeres y otro hombre más. Estábamos al completo. La ruta la decidimos en ese momento. Elegimos el lugar donde menos probabilidad de lluvia había. Con la ruta clara, reparto de coches y a la carretera.

   Mi niño pequeño se quedó dormido en el coche  y cuando me monté seguía feliz en su mundo de sueños. Lo que no imaginaba en ese momento era que su despertar iba a ser con la palabra "accidente".

   En el primer coche iba el chico al que conocí un día, mi hijo mayor, una mujer con la que iba a empatizar y aún no lo sabía y mi gran amiga con mi pequeño amigo perruno. En el segundo un hombre y una mujer que no conocía y en la cola íbamos nosotros. Un pequeño durmiente, una perra a la expectativa de ver dónde la llevábamos, su dueño y una servidora. No tardamos en perderles de vista.

   Iba yo feliz por mi carril de la autovía y de repente vi una nube de humo. En realidad no era humo, sino tierra. Un coche que iba en dirección Zaragoza, acabó en el arcén del sentido contrario. Se me paró el corazón. Pensaba que había sido alguno de los coches que llevábamos delante. Mi compañero adulto me tranquilizaba. "No han sido ellos. Tú tranquila. Reduce poco a poco y pégate a la derecha." Lo hice. El corazón se me aceleró al ver un coche en la cuneta. El hombre me dijo que me quedara dentro, salió y habló con el conductor accidentado. Un minuto después yo salía, con el teléfono en la mano, para llamar a emergencias. En cuestión de minutos estaba con nosotros un trabajador de mantenimiento de autovías. Le pasé el aparato para que dijera la ubicación exacta. Entre mi sentido de la orientación y los nervios me llegaba justo para recordar que hacía poco habíamos pasado un cartel que decía " Huesca 11 kilómetros". Al poco de colgar llegaba la guardia civil. En el coche accidentado sólo iba un hombre que yo noté aturdido por el susto. No era para menos, tenía golpe en el parabrisas y en el morro. La puerta no se podía abrir. Tras hablar con él, el hombre uniformado me dio las gracias por parar y continuamos nuestro viaje.

   Ya estaban avisadas las personas de los dos coches de delante, que al poco nos dijeron que nos esperaban en un bar de un bonito pueblo, Ayerbe. En ese momento luchaba contra las lágrimas. Mi pequeño estaba despierto y necesitaba toda la atención para evitar cualquier tipo de distracción. Pensé en qué habría pasado si hubiera pasado 30 segundos antes por el lugar del accidente. Imaginarme un coche cruzando de lado a lado los dos carriles de mi sentido mientras yo circulo a la velocidad de la vía, me ponía los pelos de punta. Habría muchas posibilidades de que si hubiera pasado, ahora no estaría escribiendo esto. Esos pensamientos no ayudaban, así que decidí aparcarlos. Intentaba relajarme.

   Una vez en Ayerbe, entré con el pequeño en la pastelería. Venía bien endulzar la mañana que había empezado con emociones con las que no contaba. Un pis antes de seguir la marcha y en el baño me derrumbé. Tenía que sacar fuera ese nudo que me oprimía. Mi amiga me apoyó y una de las compañeras de ruta también. ¿Alguna vez habéis empatizado con una persona que no conocéis de nada? Es muy bonito. Te sientes comprendida. Tras ese momento de bajón y con la cara lavada, seguimos camino.

   Ahí estaban ellos. Grandes y altos como ellos solos. Los mallos de Riglos. Fue una de mis primeras excursiones y me gustó volver. Una pelea con la aplicación que nos guía y a disfrutar del camino. Foto aquí, foto allá. Todo verde y muy bonito. Conforme avanzaba, dejaba atrás la ciudad, la rutina, el susto mañanero, las obligaciones. Me sentía parte de esa belleza.

   Entre los dueños de las mascotas se cambiaron el calzado. Las botas del dueño de la perra preferían ver el paisaje colgadas de la mochila, así que decidieron romperse. Afortunadamente, la dueña del perro estaba cogiendo manía a sus botas recién estrenadas y ambos tenían el mismo número. Así que ella hizo el paseo con unas deportivas comodísimas.

   Una parada para almorzar y seguimos trayecto. A ver, que yo lo cuento muy alegremente. Pero lo que nadie sabe es lo que pasa por mi cabeza cada vez que veo una cuesta. Desde "quién me manda a mí" hasta "no puedo con mi alma" pasando por "llego hasta arriba como que me llamo" sin olvidarme de "estoy tan cansada que no puedo ni pensar". Suena a masoquista, pero me encanta. Cada ruta con desnivel o larga y llana, supone un reto físico y mental. Las recompensas son muchas, desde las vistas hasta la satisfacción personal cuando los números hablan de desnivel y kilómetros.

   El día no podía ir mejor. Y aunque en ese momento no lo pensaba, es maravilloso poder caminar con mis dos amores, con gente de la que me llevo un buen recuerdo y con una gran amiga. La montaña es mucho más que árboles o calzado cómodo. La montaña es una palabra de ánimo, una conversación sobre las próximas rutas, mil ofrecimientos de dejarte un palo para ayudarte. La montaña sabe a unicornios de gominola, sandwich de pavo y queso, cerezas, frutos secos. El sonido de los pájaros interrumpe las conversaciones. Y en lo alto el sol sonríe a los que llevan crema y maltrata a los que no. Te puede pasar cualquier cosa en cualquier momento. Pero andar con gente y tener la confianza de que pase lo que pase vas a tener a alguien que te apoye, es lo más. Todo el mundo no es así. Pero yo he tenido la suerte este domingo y en muchas excursiones anteriores, de contar con gente que da confianza y te hace sentir una más.

   Finalizada la ruta y tras hablar con cada compañero de ruta cuando el aliento me lo permitía, llegamos al pueblo donde esperaba una botella de agua fresca y una caña con limón. Comimos gracias a que mi gran amiga tiene un gran corazón y un tupper gigante llevo de carne empanada. Eso no se paga con dinero. Ni eso, ni que el dueño de la perra coja el volante y conduzca de vuelta.

   Cuando llegué a la ciudad, me había olvidado del madrugón y de las cuestas. En mi recuerdo sólo queda la satisfacción de haber ayudado a una persona en apuros. La alegría de conocer a gente tan maja. El orgullo de tener unos hijos que dijo la mujer del bar que eran muy educados. Y la sensación de que soy una campeona porque no tengo agujetas.

   Y hasta aquí mi resumen de un día intenso. Te animo a comentar, a seguir leyendo entradas y sobretodo, gracias por dedicarme unos minutos de tu tiempo.