domingo, 6 de junio de 2010

MIEDO.


El miedo es esa desagradable sensación que me deja paralizada y sin saber que hacer. Me da miedo la oscuridad. Soy incapaz de atravesar un parking de coches inmenso sólo porque está a oscuras, aún sabiendo que lo único que hay son coches esperando que sus dueños vengan a buscarlos. Así que pido ayuda para llegar a mi vehículo. También me da miedo tomar decisiones. La posibilidad de equivocarme y hacer daño a la gente que quiero impide que sea valiente y haga eso en lo que creo. Retraso al máximo ese momento y cuando la decisión está tomada el miedo me persigue hasta que me doy cuenta de si he hecho bien o no. Otra cosa que me produce temor es confiar en la gente. Tiendo a confiar demasiado y normalmente estoy preparada para una decepción pero hay ocasiones en las que miro atrás y siento que no sé muy bien dónde me estoy metiendo, pero continúo adelante porque quiero llegar al final. Cuando hay una tormenta y los truenos hacen que el silencio de la noche se rompa con su estruendo, yo agarro lo primero que tengo a mano y lo aprieto con fuerza. Pero cuando hay dos personitas que me miran esa reacción se convierte en una expresión de asombro estilo:"¡Alaaaa! ¡Qué trueno!". Y la sonrisa no se borra hasta que dejo de ser el centro de atención. Escribiendo esta entrada me he dado cuenta de una cosa, miedos tengo muchos, pero también encuentro en algún lugar el valor para superarlos. Siendo así... ¿No sería más fácil dejar de sentir miedo?.

sábado, 5 de junio de 2010

UN MAL DÍA.

Laura sale de trabajar y enciende el móvil. En la fábrica le obligan a tenerlo apagado y en la taquilla. Esta semana va de mañanas y el sol de las tres de la tarde se refleja en la pantalla. "Din-don-din din-don-dan un nuevo mensaje ha llegado a su bandeja de entrada". Lo abre de camino al coche. "Quiero dejarlo. Me he divertido mucho contigo pero me siento agobiado. Lo siento. No me llames." Sin pensarlo, tira el teléfono al suelo. Con la vista fija en cada uno de los trozos esparcidos por el aparcamiento piensa en voz alta.
- En un concurso de tontas, yo sería la ganadora indiscutible.
Se siente mal, dolida, defraudada. Conoció al remitente del mensaje hace tan sólo dos meses, pasada una semana se pusieron a salir y desde aquél entonces siempre ha estado pendiente de él. Le ha contado su vida, ha dejado de lado a sus amigas y todo porque confiaba en que sería su príncipe azul. Mientras recoge los trozos del suelo recuerda todas las veces que le ha pasado eso. Todas las ocasiones en las que ha confiado en una persona y le han dado la espalda, y aún así lo sigue haciendo.
Sentada ante el volante intenta recomponer el mal trecho aparato y se promete cambiar. No va a volver a confiar en nadie. Las únicas personas que se merecen su confianza son sus padres y su hermana. El resto de la gente, cuando menos se lo espere y de uno u otro modo sabe que le va a decepcionar.
El camino hasta el garaje se le hace eterno. Sólo quiere llegar a casa, comer con su madre que siempre le espera y encerrarse en la habitación con su gatita Lúa, un ser cariñoso que sabe que nunca le va a defraudar porque no sabe enviar mensajes.

ÚLTIMO DÍA


Laura camina lentamente hacia el coche. Lo tiene aparcado en el garaje y no quiere llegar. Hoy es un día triste para ella, es su último día de trabajo. Hace casi un año entró en la empresa y ahora la despiden, no le van a hacer indefinida porque no hay dinero. Hace tan sólo unos días su jefe le ha dado la carta de despido. Recuerda cómo subió las escaleras. Le temblaban las piernas, sabía lo que le iban a contar, pero no quería oírlo. Luis, ese hombre afable y cariñoso, estaba sentado en su mesa de trabajo. Cuando vio a Laura caminó hacia ella y la llevó a una pequeña sala. Allí, hace casi un año, firmó el contrato. Lo recordó en voz alta, mientras el hombre sentía que no podía hablar. Un nudo amenazaba con dejarle sin palabras. La joven inició la conversación. Sabía para que le habían pedido subir a hablar con su jefe. Se había prometido no llorar, pero fue lo primero que hizo. Agradeció todo el cariño y el apoyo recibido. Había conocido a las mejores personas de la empresa y estaba segura que nunca volvería a trabajar con gente así. La mesa no fue un obstáculo para que se abrazaran. Luis no tenía palabras. Sólo podía agradecer la profesionalidad y la alegría que había demostrado su empleada durante casi un año. Intentó que le renovaran pero no fue posible, no dependía de él. Disimuladamente se seca una lágrima y le da los papeles del finiquito. Todos los días firma los pedidos que revisa, pero en esta ocasión le resultaba difícil poner su nombre. No quería, quería seguir allí, protestar porque a veces no había gente suficiente, llevar chucherías a sus compañeros y despertar una sonrisa cuando alguien tenía un mal día. Pero no era posible, sabía que todo en esta vida se acaba y su contrato tenía fecha de fin. Y ese día era hoy. Hoy es el día en el que el camino hacia el trabajo se le hace corto. No quiere llegar y ha llegado antes que ningún día. Se cambia lentamente, por última vez se viste con el uniforme de la empresa. En cantina se encuentra con las compañeras de tienda con las que coincide desde hace unos meses. Todos entran a la misma hora. Por última vez abre la puerta de la sección. Se ha prometido no llorar, y va a hacer todo lo posible por cumplir su promesa. El ambiente es el mismo de siempre y pronto se olvida de su tristeza, hasta que llega la hora del cierre y entrega el pedido a su último cliente. Uno a uno sus compañeros le abrazan. Todos tienen palabras de ánimo y cuentan con ella para las próximas quedadas. El último en despedirse es Mario. Con él ha conectado desde el principio, desde que pensaba de ella que era una sosa. En poco tiempo consiguió hacerla sonreír. Se miran fijamente a los ojos. Se van a echar de menos. Ambos esperan que la chica que va a ocupar su lugar esté a la altura y cumpla con lo que se espera de ella. En el momento que Laura se separa de su compañero siente un nudo en el estómago. Ya está, ya se ha acabado el día, su último día en una gran empresa. Como si de una película se tratara, por su mente pasa cada momento bueno y malo vivido. No puede retenerlos, tiene que dejarlos pasar, no puede aferrarse a recuerdos, tiene que seguir hacia adelante y mirar el futuro con optimismo. Nunca ha sido una persona optimista, pero ya va siendo hora de empezar a serlo ¿no?

jueves, 3 de junio de 2010

¿PRESENTE, PASADO O FUTURO?


Hace poco he tenido una conversación interesante. ¿Hablar o no del pasado? A mí no me gusta hacerlo. Me pone triste. Recordar a todas y cada unas de esas personas que un día fueron parte de mi vida y que ahora no lo son, me duele. Recordar los buenos momentos vividos, esos momentos que nunca se van a repetir, el primer amor, mi cumpleaños en el colegio... La persona con la que charlaba me ofreció su punto de vista. Me animaba a quedarme con todo eso, al fin y al cabo, son buenos momentos y las personas, protagonistas de ellos, tienen un hueco en mi corazón. Siempre estarán ahí. Me pone triste el saber que no voy a volver a verlas, pero el año pasado el destino quiso llevarme la contraria. No es imposible ver a una persona que hace 20 años que no ves. Por otro lado, tampoco quiero pensar en el futuro, me asusta. La incertidumbre de no saber que va a pasar mañana, si lloverá o hará calor, la sensación de que cada cosa que hago o digo puede influir en lo que suceda...¿Vivir el presente? Sí, es una opción. Pero tengo una mente inquieta que me lo impide. Siempre tengo que tener algo a lo que darle vueltas. Bien sea algo que hice mal ayer o algo que quiero hacer bien mañana. Creo que dejaré al destino hacer su trabajo. Lo que tenga que ser, será y el pasado, pasado está. El presente es lo único que cuenta, y mientras siga pensando en uno u otro tiempo verbal no voy disfrutar de lo que tengo. Por ejemplo, conversaciones interesantes de madrugada que dan pie a una nueva rallada.

martes, 1 de junio de 2010

Apoyada en la pared del colegio, al lado de la puerta de la clase de los ositos rojos, miro a Luisa. Tiene una tripa de 6 meses. Ella sonríe y comenta con las demás mamás el verano que ha pasado. Todavía le quedan tres meses para conocer a Raúl y está impaciente.
El timbre suena y poco después salen los pequeños. Ella abraza a su hija y de camino a la puerta de salida del colegio un señor alto la besa en los labios. Pasan pocos minutos cuando la pequeña abraza a su amado papá. Con esta escena tan familiar nada hace imaginar el fin de la historia.
El segundo trimestre comienza tras las vacaciones. Luisa sonríe. Todas coincidimos, tiene mala cara. El médico le ha programado fecha de parto y la pequeña no está tan contenta, la idea de tener un hermanito no le hace ninguna ilusión.
Dos semanas más tarde por fín vemos la carita del pequeño. Hace mucho aire y Luisa le destapa para que podamos verle. La sirena da comienzo a las clases y las ruedas del carrito ruedan camino a la gran puerta verde.
Raúl crece, ajeno al futuro que le espera. Feliz porque come y tiene unos padres que le adoran. Su hermana no le quiere tanto, pero sólo tiene tres años y pronto se convertirá en su mejor aliada.
Lunes, nueve de la mañana. Luisa no ha ido al colegio a llevar a la pequeña, en su lugar a ido la abuela. La puerta de clase se abre, y cuando han entrado todos los niños habla con la profesora. El padre de Raúl y María ha desaparecido. Nada se sabe de él desde el viernes. Un escalofrío recorre por la espalda de la joven maestra y promete estar pendiente de la niña que piensa que su papá se ha ido de viaje.
Los días se hacen eternos, en pocas horas todo el barrio está plagado de fotografías con la cara del hombre. Nadie sabe nada, todos se temen lo peor.
El martes, por la mañana, Luisa recibe una llamada. Es la policía. Sus peores temores se han cumplido, lo han encontrado muerto. No puede escuchar nada más. Cuelga el teléfono dejando al hombre hablando sólo. Ahora nadie va a venir a darle un beso en los labios cuando vaya a buscar a María.