lunes, 18 de febrero de 2019

SABOR A TRISTEZA


Entrada en la que hablo de un sabor. 


   Hoy quiero hablar de un sabor, el de la tristeza. Y no me refiero al de las lágrimas, que es salado, sino a uno que es ligeramente amargo. Cuando digo tristeza, me refiero a esa que nos invade después de una excursión o un finde increíble.

   En el camino de vuelta, en el coche, autobús o tren, es cuando sentimos ese sabor. Miramos por la ventanilla o dejamos la vista fija en la carretera. Las ganas que teníamos de ida, las expectativas de unas horas solos o en buena compañía, el sitio a visitar. Da igual si el plan era una excursión por el monte o una visita a una ciudad. La conversación con nosotros mismos o con nuestros compañeros de viaje. Todo eso ya queda lejos. Ahora, lo que tenemos por delante es aparcar el coche, bajar del autobús o dar las gracias a la persona que nos ha traído. Y con nuestra mochila al hombro, entrar en casa.

   Y mientras nos damos una ducha o vaciamos la mochila, el sabor a tristeza poco a poco se va. Para dar paso al sabor de la rutina. Poner el despertador, pensar en la comida para el día siguiente, intentar recordar si teníamos algo que hacer después de trabajar...

   El sabor a tristeza es el precio que debemos pagar por haber pasado unas buenas horas o un buen fin de semana. No podemos retroceder en el tiempo para volver a esa hora en la que el día comenzaba. Nos quedaremos con las fotos, que siempre nos recordarán los buenos momentos. A la vez, pensaremos en cuál será la nueva aventura que nos deje ese sabor a tristeza.

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