domingo, 17 de marzo de 2019

UNA COLONIA, UN BESO Y UNA LECCIÓN APRENDIDA.



   Allí estaba yo. Sentada en el bar donde tuvimos nuestra primera cita. Solo que esta vez ocupaba tu sitio. De espaldas a la puerta. Con el móvil en la mano le pedía en silencio a la aplicación de mensajería que pusiera "en línea". Pero tenía la certeza que eso no iba a suceder. Y que aunque viera las palabras que tanto anhelaba, no vería la de "escribiendo". Te conocía poco, pero lo suficiente.

   "Seré idiota" me repetía una y otra vez, como si de un mantra se tratara. "¿Por qué no controlé mi impulso? ¿Por qué me dejé llevar por el miedo? ¿Por qué asumí que era como los demás cuando me demostró que era diferente?" Las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Con un rápido gesto las secaba. Estaba en un bar, eran las seis de la tarde y no quería que nadie se acercara a preguntarme. No habría sabido qué decirle, bueno sí, que había sido una tonta impulsiva y que no me podía arrepentir más de lo que hice y que había aprendido una lección tan valiosa como dolorosa y que...

   Un olor me distrajo de mis pensamientos. "Una caña por favor". Me sequé las lágrimas de un movimiento. Nunca me habías visto llorar y ése no iba a ser el primer día. "Gracias". Contuve la respiración mientras te oía acercarte. Cerré los ojos. No quería mirarte, no podía, me sentía tan avergonzada... El móvil pasó de mis manos a las tuyas. Te miré a la vez que me ponía en pie con piernas temblorosas.

   - Lo siento, cariño. He sido una idiota, yo...
 - Las lágrimas empezaron a brotar sin control.

   Un beso puso punto y final a mi disculpa. Tus manos cogieron las mías.

   - Yo tampoco lo he hecho bien. Pero si tengo una cosa clara es que me importas mucho. Cuando venía hacia aquí recordaba todo lo que pasaba por mi cabeza aquel día. La ilusión, las ganas de verte y abrazarte han crecido desde entonces. Sólo aceptaré tus disculpas si tú aceptas las mías. Tu corazón ha vivido muchos desengaños. El mío está acostumbrado a estar sólo. Sé que podemos llegar a un punto de entendimiento. Deja de llorar, mujer, no me gusta verte así. Sólo quiero que llores por mí si te hago feliz.

   Te abracé en silencio. Las lágrimas poco a poco dejaron de mojar mis mejillas. Mi corazón decía tu nombre. Me habías dado una lección de madurez que nunca olvidaría. En ese instante supe que ibas a ser el hombre de mi vida.

   ¿Por qué he recordado todo esto? Porque estoy en el supermercado comprando tu colonia. Ese olor que tiene la habilidad de hacerme sonreír. Y aunque más personas lleven la misma marca, nadie huele como tú.

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