miércoles, 8 de mayo de 2019

CINCO AÑOS DESPUÉS, RUTA ACABADA


   


Entrada en la que hablo de una ruta... 


   De nuevo, el despertador suena demasiado pronto. Pero en esta ocasión el motivo no es para decirme que me vaya a trabajar, sino que me empuja a mi lugar favorito, la montaña. Y no va a ser una ruta cualquiera, sino que va a ser "la ruta". Una que hace 5 años no pude acabar y que hoy iba a hacerlo.


   A la hora acordada recogía a mi compañero de fatigas y me acomodaba en el puesto del copiloto. Dos horas después, la aventura comenzaba. Iba a seguir una ruta que habían hecho hace unos meses. Móvil en mano, fuimos accediendo por atajos hasta el cartel que marcaba nuestro primer objetivo. La primera subida pone a prueba mis pulmones y me obliga a echar mano del inhalador. Afortunadamente, me conseguí olvidar de él el resto del día.


   El río nos hace darnos cuenta del lugar donde nos encontramos. Miremos donde miremos, hay naturaleza, árboles, rocas, montañas nevadas. Lejos, muy lejos, quedan los problemas diarios. Atascos, estrés, edificios... Todo eso no existe. Unos metros más adelante llegamos al ibón. Sinceramente, lo recordaba más feo, tal vez porque lo vi con poca agua. Foto aquí, foto allá y justo cuando me voy a ir al baño, aparece de la nada una pareja. Ya que no puedo ir al baño, nueva sesión de fotos y tomo buena nota de alguna futura ruta. Confirmo lo que ya sé, mi compañero de ruta es sociable. Con una mirada asesina y cruzando las piernas le doy las gracias mientras nos alejamos de la pareja y del ibón.


   La ilusión va aumentando por momentos. Ya voy feliz con la vejiga vacía. Poco a poco nos vamos acercando a nuestra parada más espectacular. De camino, las marmotas nos saludan. Siguiendo la ruta marcada llegamos a un punto donde vamos a la aventura, porque la persona que registró la ruta no llegó hasta el arco.


   Se hace cuesta arriba en el sentido más literal ese último tramo. Mi acompañante, que hasta ese momento se había metido conmigo, se convierte en una animadora. Le faltaron los pompones para decirme que ya estábamos llegando y que faltaba poco. Por mi mente pasa de todo. Pensamientos como "¿quién me manda a mi meterme en esto?" acuden sin ser llamados. Evito darles importancia y me concentro en el camino. Dos posibles rutas. Derecha o izquierda. Nos dejamos guiar por la intuición de mi animadora particular y elegimos el camino de la derecha.


   ¡Aquí está! La cara de ilusión del hombre, lo dice todo. Sonrío mientras me acerco despacio. Mis piernas no dan para más. Y por fin, después de cinco años, ahí está. Desafiando al tiempo. Un impresionante arco. Es más espectacular que en foto. No me cabe la sonrisa en la cara. Me siento tan feliz como agotada. Foto aquí, foto allá y subimos unos metros más. Estamos casi encima del arco y las vistas son las más bonitas que he visto. Seguramente habré observado otros paisajes en la multitud de excursiones que he hecho. Pero en ese momento no soy capaz de recordarlo.


   Decir que me sentía feliz allá arriba es poco. Tenía una sensación de plenitud inmensa. Buena compañía, vistas espectaculares, no sentía el cansancio. Foto aquí, vídeo allá. El bocata de pechugas empanadas sabía delicioso. Hacía algo de aire y bajamos un poco. "Mire donde mire, veo una foto" no puedo estar más de acuerdo con él. Cierro los ojos, respiro hondo y deseo con todas mis fuerzas que el tiempo se detenga. Asumo que no tengo ese poder y me conformo con retener en mi mente la imagen del arco con las montañas nevadas y el lago de fondo.


   Como mi compañero tampoco tiene el poder de detener el tiempo, bajamos despacio. Sus palabras de animadora de antes, se convierten ahora de madre. "Ten cuidado, pisa aquí, pasa por allá" Oigo su voz de fondo y a la vez intento hacerle caso. Poco después llegamos hasta un árbol. Impresionante. Tengo la teoría de que le debió caer un rayo. Está totalmente seco, es enorme y sigue en pie. Sonrío mientras el móvil hace que ese momento quede grabado en una imagen.


   Ahora nos toca pasear por un suelo cubierto de hojas secas. Perdemos un poco la pista de la ruta pero al final y contra todo pronóstico, conseguimos encontrarla. Historias de hombres con sierras, osos y lobos se nos ocurren para amenizar el rato. Por fin, la pista nos conduce hasta el aparcamiento donde mi vehículo nos recibe con un refresco y un zumo de naranja fresco. Comemos algo más y damos por finalizada la aventura.


   De camino a casa y tras la cerveza de rigor, las bromas se suceden. Tal vez suene un poco raro, pero la persona que empezó la ruta no es la misma que la que la acabó. Me siento bien, feliz, con ganas de volver a cargar las pilas allá dónde el único ruido que se escucha es el de la pisadas de mis pies sobre la tierra.
  

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