sábado, 25 de mayo de 2019

EXCURSIÓN CON INCIDENCIAS


  

Entrada en la que hablo de un día de esos que cargan las pilas. 

   Y allí estaba yo, una vez más, apagando una alarma impertinente. El sol, en lo alto, se sorprendía de que me hubiera levantado tan pronto. El motivo no era otro que hacer una de las cosas que me da la vida, subir a la montaña.

   A la hora prevista... Vale, sí, algo más tarde de la hora acordada, llegaba al punto de encuentro. Minutos más tarde, la nevera que llevo de rehén, ya contenía todo lo necesario para pasar el día en un lugar maravilloso. Bueno, en realidad faltaba una cosa, agua. Pero eso lo descubriría casi doce horas después.

   La primera parada fue en una gasolinera. Un problema con la tarjeta nos llevó al pueblo cercano y de nuevo a dicho establecimiento. Pagada la deuda recién contraída y con el señor conductor contrariado, seguimos camino. Yo, que hasta entonces parecía un oso por los bostezos, me despejé un poco para defender a las personas que trabajamos de cara al público. No es que mi compañero de aventuras los atacara, sino que una servidora tenía ganas de incordiar.

   Las "incidencias", que decía el señor conductor, pasaron de ser una, a ser dos. Haciendo caso al gps nos metimos con el coche por un camino en el que, hasta las cabras, tendrían dificultad para acceder. Decidimos dar media vuelta y empezar la ruta por la parte catalana.

   Nuestro destino era Montfalcó o Congosto de Mont-rebei. Un bonito paseo que se empieza en Aragón y se termina en Cataluña y viceversa. Ya aparcados, preparamos las cosas. Comida que no pesa para mí, comida que pesa para él y el agua a medias. Crema por aquí, crema por allá. Se pone las botas (literalmente) mi guía y empezamos a andar.

   No tenemos dificultad para encontrar el sendero. Por el camino aprovechamos para saludar a unos amables burros que se dejaron fotografiar. Las bromas no tardaron el aparecer. Entre risas continuamos la ruta.

   El objetivo de uno y otra era diferente, el trato era el mismo. Tres horas de subida y tres horas de bajada, en eso coincidimos. Él quería llegar a las pasarelas y yo prefería no llegar, me daban miedo. ¿Llegaríamos a ellas? Enseguida lo cuento.

   Había tres puntos que mi compañero de fatigas se había propuesto. Dos puentes y las pasarelas. No tardamos en llegar al primer puente. Es muy bonito. Mires donde mires sólo ves el lago. El color, azul verdoso o verde azulado, no lo tengo claro. Me sacas de los colores primarios y me pierdo.

   Foto aquí, foto allá. A cada paso que dábamos el paisaje se volvía más y más bonito. Y a la vez, mi felicidad crecía. Antes he comentado que la montaña me da la vida y no exagero. De buena gana me habría sentado en cualquier lugar de la ruta, a dejar pasar el tiempo. Es muy bonita esa sensación de felicidad, de plenitud, de sentir que eres la persona más afortunada del mundo porque puedes ver el paisaje. Lejos quedaba cuando hace unas semanas mi amigo me dijo de ir allí. No me veía subiendo unas escaleras que parecía que estaban colgando. Pero respiré hondo y recordé que estoy en un punto en el que no quiero saber nada de mi zona de confort y accedí. Lo mejor que pude hacer, sin duda.

   Pasado el segundo puente y con la vista fija en unas pasarelas que colgaban en mitad de la roca, empezó la peor parte del trayecto para mí. Momento "¿quién me manda a mí?". Lo pasé mal, muy mal. Era una subida fuerte. El sol estaba muy feliz calentando nuestro cuerpo y acentuando el cansancio. En varios momentos del trayecto, estuve a punto de decirle a mi compañero que abandonaba, que no subía mas. Pero algo me empujaba hacia arriba. He de reconocer que se portó genial conmigo. Me decía en todo momento que no faltaba nada, que ya llegábamos. El hombre tenía suerte de que yo no pudiera hablar, porque lo que pensaba era algo del estilo "¿cómo sabes que queda poco si no tlenes ni idea?". Mis pensamientos no daban para más, así que se quedaban ahí.

   Tras la eterna subida llegamos a lo más alto. Y entonces va el tío y me dice que hay que bajar por las escaleras. Le miré con cara de "en serio, dime donde has dejado las drogas". Bajé dos escaleras, tengo una foto que lo demuestra, y le di mi móvil. Como buen senderista, no quería irse y dejarme sola, pero no le di opción. Cogí su mochila y disfruté de un rato de soledad y buenas vistas. Saludaba a la gente que pasaba y mis pulmones y piernas agradecían la tregua. Me sentía feliz, en paz conmigo misma. El esfuerzo mereció la pena. Siempre la merece, aunque en ese momento tenga mis dudas. No abandoné, seguí adelante hasta el final y me sentía muy orgullosa.

   Mi felicidad se sumó a la de mi amigo cuando subió por las escaleras. Había completado los tres puntos que tenía en mente, aunque pensaba que no íbamos a llegar a las pasarelas. Sus ojos y sonrisa lo decían todo.

   Con la tripa llena, empezó la vuelta. Lo que antes habíamos subido, ahora tocaba bajarlo... Y viceversa. Las bromas se sucedían a lo largo del camino, cuando me apuraba alguna cuesta. "Cuando llegues a casa me vas a hacer vudú" "Si, no te quepa duda. En vez de sal, pediré a los vecinos agujas". Es una de las pocas bromas que fui capaz de contestar. El resto del camino iba pensando en la próxima ruta. Esta vez me toca a mí decidirla y aunque no sé cuál será, seguro que encuentro alguna que esté a la altura. En todos los sentidos, tanto de belleza como de desnivel.

   Una lección que aprendí, es que tengo que llevar más agua aunque me moleste llevar peso. Lo pasé mal el último tramo. Aunque llevo años saliendo al monte, siempre aprendo algo nuevo. Que ya debería saberlo, pero se me olvida con facilidad.

   El camino se me hizo algo largo por la sed. Entre eso y el cansancio, no fui capaz de responder a las bromas. Lo reconozco, estuve muy sosa. Pero cuando me recuperé, le devolví todas y alguna más. Eso fue algo más tarde... En ese momento ya estábamos llegando. Vi una gran y bonita furgoneta a lo lejos. Pensaba que era la mía y puse el turbo para llegar cuanto antes.

   Foto de llegada y empiezan los preparativos para el camino de vuelta. Para la próxima, llevaremos hielos y los dejaremos en la nevera junto con alguna botella de agua y unos refrescos. Lección aprendida.

   Unos minutos más tarde y con la boca aún más seca gracias al plátano, llegamos a una máquina donde podías comprar de todo. Desde juguetes sexuales hasta chocolatinas o cervezas. Y por supuesto, agua. Hidratada y con comida en el estómago, volvía a ser yo y prometía venganza. En la próxima ruta, iba a conseguir agotar a mi compañero. Es mi objetivo. Es broma. En realidad, el único objetivo es pasarlo bien y disfrutar de un bonito día en buena compañía.

   Gracias por proponer la ruta, por animarme en todo momento, por mentirme diciendo que faltaba poco y por ayudarme a no rendirme.

   Bueno, y esta ha sido mi experiencia. Estoy muy contenta porque al día siguiente no tuve agujetas. Lo que significa que un poquito en forma sí que estoy. Gracias por leerme.

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