domingo, 19 de mayo de 2019

ALPARTIR


 Nueva entrada en la que hablo de una excursión. 

  Hay días que se pueden resumir con una palabra. Hoy es uno de ellos y la palabra en cuestión es "gracias". Me siento muy agradecida a las cuatro personas que me han acompañado a la excursión y por supuesto a la organización de la misma.

   En esta ocasión ha sido un bonito pueblo, Alpartir, el que me ha enseñado su impresionante paisaje. Me he quedado enamorada de lo verde que es. La paz que se respira allí, el sonido del agua del río que me ha acompañado durante la parte final del recorrido. Estoy feliz con esa carga de pilas que he sentido al finalizar la ruta. Ha merecido la pena, con creces, el gran madrugón.

   Cuando hace unos días propusieron la ruta dije que sí sin pensarlo. ¡Había huevos fritos en mitad de la ruta y era gratuita! No me podía resistir. Animé a los peques y otro chico se apuntó. Iba a ser un día redondo. Buena compañía asegurada, el paisaje seguro que también estaría a la altura y yo estaba decidida a superar esa caminata de nivel medio/alto.

   El día empezaba con un sueño. Mi niño pequeño no quería ir a la ruta y yo le enseñaba un castillo con luces. Me decía que sí, que se venía y que además quería conocer una fuente que había visto en un plano. Justo en ese momento volvía a sonar la alarma del móvil y me daba cuenta que eran ya las 5:30. Llegaba tarde. Quería salir de casa un cuarto de hora después y aún teníamos que preparar cosas.

   Con las tres mochilas y más tarde de lo que tenía pensado, salíamos de casa. Recogimos a uno de los chicos y empezaba la aventura. Yo sabía algo de una rotonda a la izquierda, todo recto y el nombre de un bar. Pero una servidora es una cabezona que insistió en ponerse el gps. ¿El resultado? Una llamada de teléfono porque la aplicación en cuestión me había mandado a otro sitio. Siguiendo las indicaciones llegué a la carretera por donde había venido y saludé a nuestro guía. El chico que nos había hablado de la ruta.

   Un cambio de coche después y tras subir con él por un camino lleno de barro, llegamos al inicio de la ruta. Un sendero precioso cuesta arriba. Mis pulmones no tardaron en protestar y les di su chute de medicina para hacerles callar. Por mi mente pasaba de todo. Desde "Yo puedo" hasta el habitual "¿Quién me mandaría a mi?". Todo ello mientras subía la dura cuesta. No sé si alguien me entenderá al leerlo, pero es un reto mental cada vez que salgo a la montaña. Por un lado tengo esa sensación de que estaría mejor en casa durmiendo y por el otro tengo ganas de descubrír el final del sendero. Me gusta esa sensación. Estoy contenta con ese reto mental que se repitió hoy varias veces a lo largo del paseo.

   Como era previsible, por las continuas visitas a la página del tiempo, empezó a llover. Fue el peor rato. Tenía miedo de que fuera a más, no por mí sino por los pequeños. Las nubes oscuras y la inacabable subida no ayudaban a disfrutar del paisaje. Afortunadamente, ese rato pasó y llegamos al punto donde íbamos a degustar los huevos fritos con jamón serrano y ensalada de tomate con ajo. Una delicia y gran recompensa al esfuerzo.

   El resto de la ruta era en mayor parte de bajada. Mi tripa llena lo agradeció. La conversación, con los chicos, era animada. El tema no era otro que el de hombres y mujeres y el miedo de ambos a la soledad. Me lo apunto como tema pendiente para desarrollarlo en una entrada de blog. Después de un rato andando, empezó a granizar, aunque al principio no me creían, al final me dieron la razón. Fue una piedra muy pequeña y duró poco rato. Después de eso volvimos a la senda por la que habíamos subido unas horas antes.

   Era imposible seguir el ritmo del grupo y acabé quedándome sola. Me gustó ese rato, me sirvió para estar conmigo misma. Hubo un momento en el que creí que me había perdido. Afortunadamente no fue así y llegué hasta donde esperaban mis compañeros de aventura. Andamos un poco más y llegamos al coche, dando por finalizada la ruta.

   Me dejo cosas en el tintero. Pero no quiero acabar la entrada sin antes recordar esa bonita sensación de ver amanecer, conducir por una carretera casi desierta. Son sensaciones nuevas. La conversación con uno de los chicos recordando anécdotas recientes. Los perros que nos acompañaron durante la ruta y que daban una sensación de unidad porque intentaban que todo el grupo fuera junto. Las personas que nos acompañaron. La gran mayoría bastante más mayores que yo. Mis pequeños eran los únicos de esas edades y en todo momento sentí que formaban parte del grupo. Y por último y no por ello menos importante, la actitud de mis hijos. Me siento muy orgullosa de ellos. En ningún momento preguntaron cuánto faltaba aunque alguno por ahí dijera que llevábamos un 28% de la ruta aunque estuviéramos casi a la mitad de la misma.

   Sé que ya lo he dicho al principio, pero quiero volver a decirlo. Gracias a los cuatro por un día inolvidable. Por ayudarme a ponerme a prueba, por todas esas sensaciones que me cargan las pilas. Gracias a ese bonito paisaje que espero algún día volver a visitar. Y a ti, gracias por leerme.

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