martes, 8 de enero de 2019

CORRE, QUE LLEGAS TARDE A LA TUMBA


   Entrada en la que hablo sobre la velocidad a la que vivimos  

   Corriendo. Nos pasamos la vida corriendo. Tenemos la sensación de que el tiempo no pasa. Cuando en realidad pasa demasiado deprisa delante de nuestros ojos, sin que seamos capaces de disfrutar de un sólo minuto.

   Te levantas y tus neuronas te hablan de las mil cosas que tienes que hacer ese día. Cuando te lavas los dientes ya has organizado la mitad de un día que promete ser estresante. Si el grifo tarda dos segundos en darte el agua que le has pedido ya piensas en qué momento puedes llamar al fontanero.

   Cada uno tiene una vida diferente a la del vecino. Trabajo, niños, casa, abuelos, amistades que atender, mascotas... Pero todos tenemos en común que no nos gusta esperar. Porque sentimos que estar 15 minutos en la cola del supermercado es perder el tiempo, porque tardar media hora en aparcar es tirar por la ventanilla nuestro valioso tiempo. Porque valioso es, pero no lo valoramos como tal. Valioso también son nuestros pendientes o anillo de casados y en ningún momento nos detenemos a pensar en ello o a recordar el momento en el que llegaron a nuestras orejas o dedo.

   Necesitamos más tiempo para hacer más cosas. Porque al final del día la casa tiene que estar impecable, nuestros cuerpos limpios y todas las obligaciones de ese día realizadas. Porque de no ser así, sentimos que no hemos hecho nada. La comida del día siguiente sin hacer, una lavadora sin poner, sólo 10 minutos de paseo con nuestra mascota. Todo eso nos hace sentir que no hemos aprovechado el día.

   Con toda esta carrera nos olvidamos de nosotros y de lo que es más importante. De vivir. Las mejores cosas de la vida no van marcadas por el tic tac de un reloj, sino de nuestro corazón.

   Hacer el amor como la primera vez. Dando importancia a los besos y caricias. Tomar un café con ese amigo al que hace tanto tiempo que no ves, con el reloj en el bolsillo. Un baño relajante aunque sea lunes y la cena no esté ni comprada y mucho menos hecha. Mirar el cielo azul, con un café en las manos pegados a radiador sin importar lo que nos rodea. Sacarle la lengua al niño que nos observa desde la fila de al lado en el súper. Sonreír a la abuela que nos cede la preferencia en un paso de cebra y decirle que pase ella mientras deseamos llegar a su edad. Guardar el móvil en un cajón mientras nuestro hijo/hija, padre/madre, vecino o cartero nos cuenta una anécdota divertida.

   Hay muchas cosas que no nos piden tiempo, sino vida. Y esas son las que tenemos que aprender a disfrutar porque son las realmente importantes. Invertir más en lo que alimenta nuestro corazón y menos en lo que aumenta nuestro estrés. Aprender a disfrutar de cada momento en el que pensamos que estamos perdiendo el tiempo. Aprovechar un atasco para pensar en qué nos hace feliz, la fila en el médico para repasar los buenos momentos vividos o la espera en la parada del bus para recordarle a alguien lo importante que es para nosotros.

   Espero que hayas disfrutado de esta entrada. Gracias por invertir un poco de tu tiempo en mí.

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