lunes, 12 de junio de 2017

ALQUÉZAR






Entrada donde cuento lo bien que me lo he pasado un sábado. 

   
   El día empezó demasiado pronto para mi gusto. Sólo había dormido unas pocas horas cuando el despertador amenazaba con taladrar mis oídos si no le hacía caso. En 20 minutos ya tenía la mochila preparada con ganas de pasarlo bien, agua y mucha ilusión.

   A la hora señalada estábamos en el parking esperando a una de nuestras conductoras. El recuento final era 1 chico y 6 chicas. No se lo monta mal el amigo no, porque éramos todas diferentes, altas, bajas, rubias, morenas... tenía para elegir. Bromas a parte, era una situación un poco rara porque no nos conocíamos todos. Eso sí, nos unía una cosa, la mochila cargada de ganas de pasarlo bien.

   Fui en el coche con una buena amiga, una compi del colegio y ahora de trabajo y el hombre valiente. La otra conductora iba con dos chicas que no conocía de nada, pero yo sabía que se lo iba a pasar bien las tres.

   Al poco de salir hicimos una parada en la gasolinera y nos dejamos el limpia trasero levantado. Cuando mi compi se dio cuenta empezamos con la broma del palo que estaba levantado. Envié un WhatsApp al grupo para avisar al coche delantero que llevábamos el palo tieso. Tras varios mensajes, paramos y lo bajamos. Porque ya sabemos que todo lo que sube... baja.

   El viaje se me hizo corto y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos tomando cafés y refrescos. La idea de quedarnos y tomar unas bravas era muy tentadora. Pero nos podía las ganas de disfrutar del paisaje. No era una ruta difícil, pero había que empezarla.

   Cuando iniciamos la bajada me empecé a encontrar mal. Es lo que tiene el no desayunar y hacer esfuerzo bajo el sol. Está claro que una chocolatina no me dio la energía que necesitaba. Pasado ese momento de bajón, continuamos hasta una cueva donde nos mojamos los pies para aliviar un poco el calor veraniego.

   Parecía que nos conociéramos de toda la vida. Había risas, bromas y todo se decidía de buen rollo. Nos pusimos de acuerdo en echarle la culpa de todo a una de nuestras conductoras. Ella lo asumía con una sonrisa.

   Pasamos por las pasarelas de Alquézar, que están en un precioso pueblo oscense. Te recomiendo visitarlo si no lo has hecho ya. Están a unos metros sobre un bonito río. No tiene dificultad ninguna, aunque a la aquí presente, le impresiona verse tan alta. Es lo que tiene ser bajita. Eso sí, en las fotos salgo con mi mejor sonrisa.

   Comimos muy cerquita de ese río que desde arriba se veía tan bonito. Os cuento un secreto. Desde abajo, aún lo es más. Relax, bocata casero, licor de chocolate con cereza cortesía de una compañera, sandía que llevaron dos compis más... allí lo tenía todo.

   Mientras miraba el río pensaba en lo lejos que estaban mis problemas. Allí no tenía ninguno. Era inmensamente feliz. Estaba relajada y no quería moverme. A la vez que yo estaba sumergida en mis pensamientos, un par se fueron a investigar lo que había río arriba. Otras chicas cubrían su cuerpo con el agua helada. Estábamos muy bien, muy a gusto.

   Después de pasear por las piedras y que una de nuestras chicas se cayera de culo, iniciamos el camino de vuelta. Una compi le devolvió a la chica que se había caído su chancleta. Debe ser que tenía más ganas que la dueña de emprender el camino.

   La subida no era tan pronunciada como la bajada. Se hizo corto. Con cada paso que daba, dejaba un nuevo recuerdo sobre las piedras. He estado en Alquézar varias veces y cada una de ellas ha sido especial y diferente. Bonito lugar, bonitos recuerdos, inmejorable compañía... no se puede pedir más. Bueno sí, una cervecita bien fresquita.

    Hicimos una parada en un pueblo llamado Adahuesca. Allí trabaja un amigo de una de las chicas. Cuando llegamos sólo éramos 5, ya que mi compi de clase y el chico se habían ido porque él trabajaba por la tarde. En el bar aprendimos sobre barranquismo y planeamos una salida con traje de neopreno. Teníamos guía y ellas tenían ganas de aventura así que sólo falta poner fecha.


   Con las últimas fotos nos despedíamos del amigo de nuestra compi y volvíamos a Zaragoza. El camino de vuelta fue entretenido. Hablando todo el rato de lo bien que nos lo habíamos pasado. Con ganas de repetir la experiencia.

   En media hora puse una lavadora con la ropa que llevaba porque la necesitaba para el día siguiente. Me duché y me arreglé un poco para salir a cenar con una gran amiga. Fue el broche de oro a un día en el que la belleza interior de las personas con las que iba superaba a la del paisaje.
 

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