lunes, 12 de marzo de 2012

DOMINGO, UN DÍA INOLVIDABLE

Con un beso de buenas noches doy por finalizado este bonito domingo. El sonido rítmico de la lavadora me recuerda las aventuras vividas. El madrugón, el paseo por la ciudad buscando como llegar a los números pares de una calle... Todo empezó el día en el que decidí apuntarme a una excursión. Era en domingo y los peques iban a pasar el día conmigo. Consulté con los reyes de la casa la posibilidad de ir a la nieve y su respuesta no pudo ser mas efusiva. No había duda, todos queríamos ir a la nieve. La idea de conocer mas mamás y otros peques me atraía mucho, a pesar de que mi lado tímido insistía en que no iba a hablar mucho. Decidí no hacerle caso y confirmé mi asistencia. Tan sólo conocía a una de las personas apuntadas. El día en el que me la presentaron tuve una impresión muy positiva. Persona alegre, extrovertida... Si iba ella no me lo podía pasar mal. Los días avanzaban con gran lentitud y parecía que el domingo no quería hacer acto de presencia. Finalmente, y a las siete de la mañana, una alarma en el móvil me dice que ya es hora de hacer un viaje para pasar frío, echar unas risas y dejar atrás algún que otro miedo... La ilusión con la que se han despertado los peques era contagiosa y he salido de casa con una sonrisa y muchas ganas de conocer a la gente que había apuntada. Era la encargada de ir a buscar a una de las chicas y a su peque. Con el gps del móvil supuse que no tendría problema por encontrar la calle, lo que no contaba era con el mensaje de "Conexión perdida", que venía a decir "¿Sabes llegar a tu destino desde esta calle que no conoces? Pues te las apañas porque el satélite de turno se ha perdido y no tiene ni idea de donde te has metido" Confié en mi intuición, porque sentido de la orientación no tengo, y llegué a la calle señalada. Tan sólo había un pequeño detalle, estaba en los números impares y tenía que ir a los pares. Lo que parecía una tarea sencilla acabó con una llamada pidiendo a mi compañera de viaje que se cambiara de acera porque no sabía como llegar a los números pares de su calle. Ya con dos ocupantes mas en el vehículo ibamos de camino al punto de encuentro. Afortunadamente había pasado en varias ocasiones por esa carretera y no tuve problema para llegar a la gasolinera. Una vez allí, saludé a la chica que me presentaron meses antes en un bar de copas y al otro integrante de la excursión, un papá que se había atrevido a venir con tres mamás. Ya en el coche, y de camino a Francia, me enfrenté a unos de mis miedos. La carretera. Eso de poner el coche a 120 km/h me da un poco de respeto, no estoy acostumbrada a ello pero sabía que podía hacerlo, como así ha sido. Rato después una parada técnica para el pis de rigor, unas galletas, un café y las primeras fotos. Tras comprar el pan, volvemos a la carretera. Las frases de "¿falta mucho?" y "no se ve nieve" llegan al poco de reanudar la marcha. Casi sin darnos cuenta mi hijo mayor me mira con ojos suplicantes. ¿Puedo tocar la nieve?. Hace tan sólo un minuto que hemos aparcado el coche y se muere de ganas por tocarla. Ya con las manos frías accede de buena gana a ponerse los pantalones prestados. Vestidos todos con nuestras mejores galas caminamos hacia una cuesta donde nos lanzamos con el trineo que trae el conductor del coche al que he seguido durante el trayecto. Yo sólo me he tirado tres veces. Una sóla y otra con cada uno de mis dos pequeños. Como experiencia, bien, pero si tengo que elegir entre ir a 120 km/h con el vehículo o a 5 km/h con el plástico rojo... Me quedo con la seguridad del volante. Risas, culetazos, árboles que miran a los intrépidos "trineteros" con miedo... La diversión está asegurada.Entre todos hacemos un original muñeco de nieve con nariz de zanahoria y bufanda. Mas fotos y guerra de bolas de nieve. Mi hijo mayor se alía con el papá y entre los dos consiguen que la nieve me entre hasta... Bueno, ya me entendeis. A una de las pequeñas se le ocurre la idea de subir hasta una casa situada en lo alto de una pendiente blanca. Con mas o menos entusiasmo por parte del resto del grupo accedemos a subir hasta allí. Mas culetazos, bolas de nieve volando y mi hijo pequeño, que es de Zaragoza capital, llevando el pesado trineo montaña arriba. Aprovecho el ascenso para recordar los integrantes de la aventura. Una mamá que conozco, que va con su pequeña. La mamá a la que le pedí que se cambiara de acera y su pequeño. El papá atrevido con su niña y una servidora con dos chicos. Dos niñas y tres niños frente a tres adultos... nos ganan por mayoría. Tras subir con mayor o menor dificultad la cuesta, llegamos a la parte de arriba. Aquí el grupo se divide. Yo me quedo con una mamá disfrutando del sol mientras vemos la frontera con España, a tiempo que el resto se va a seguir escalando otra montaña mas alta. Minutos después dos abrigos rojos nos saludan desde lo alto de la citada montaña. Han llegado hasta allí una mamá y mi hijo pequeño. Les admiro, yo no habría podido. Nunca me ha había planteado la dificultad que supone andar por la nieve, sobretodo cuando te hundes sin previo aviso. Reunido ya el grupo el hambre hace acto de presencia. Acercamos los coches y las risas continúan. He de confensar que soy torpe y en varias ocasiones estoy a punto de acabar bajo el coche. Estaba aparcado de culo justo después de una pequeña cuesta nevada. Yo intentaba sentarme en la nieve para disfrutar del bocata de pavo y chorizo. Sentarme era mas o menos fácil pero cuando me despistaba la nieve se convertía en hielo y yo resbalaba acia los bajos del coche. Está mal que yo lo diga, pero siempre he dicho que mi hijo mayor es como yo, y lo ha demostrado metíendose debajo del coche. Literalmente. Afortunadamente no había ningún cable suelto y el papá se ha quedado mas tranquilo tras la involuntaria comprobación del pequeño. No nos hemos privado de nada. Toda clase de embutido, pan de pueblo, chucherías, huesitos, hasta resfresco bien fresquito. Con la tripa llena, nueva guerra de bolas. Un rato de sobre mesa, bueno, sobre nieve mientras los pequeños disfrutan y se ponen o no deacuerdo en el uso del trineo. Mas fotos y una de las pequeñas viene a por comida. Estábamos las mamás hablando y viene a por cuatro sugus y botellas de agua. Nos pide ayuda y cuando me acerco medio patinando, dice que hay un iglú. Efectivamente, han construído un iglú en el que cabe una persona adulta de pie. Rato después el reloj nos indica que es hora de volver a casa. Ya no queda ningún coche en el parking y las caras de cansancio de grandes y pequeños son evidentes. Nos ponemos ropa "normal" y tras una parada técnica llegamos a casa. Este ha sido mi día de hoy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario