lunes, 7 de mayo de 2012

VISITA AL MONASTERIO DE PIEDRA

“Te vas de excursión a un sitio donde todo es nuevo y encima ves a un chico que te gusta, vamos, el día ideal”. Compañero, no puedo estar mas de acuerdo contigo. Tal vez sea la frase que mejor describe este día lleno de sentimientos, emociones y sobretodo sensaciones. En realidad esa frase no describe solo este día, sino alguno que otro… pero eso… es otra historia.
Lo prometido es deuda. Así que de nuevo aquí estoy, frente al ordenador, para relatar una nueva excursión. Tengo muchos sentimientos que quiero transmitir y espero ser capaz de hacerlo. Antes de iniciar el relato quiero contaros cómo estaba yo hoy. Necesitaba ir al Monasterio de Piedra. Tenía que reencontrarme conmigo misma. Hacía mucho tiempo que quería volver y la verdad es que me ha servido de mucho. La última vez que recorrí el paisaje fue hace 10 años, en aquella ocasión me acompañó un amigo. Hoy he ido con dos mamás, un papá y los pequeños. Los míos son hijos de aquél amigo con el que fui la última vez al Monasterio de Piedra. Antes de nada quiero pedir disculpas si he estado ausente. Durante la primera parte de la jornada observaba cada cascada, cada rincón verde, cada piedra mojada por el agua. Sólo éramos la naturaleza y yo. He tocado el agua en varias ocasiones y ello me ha servido para sentir que estoy viva. Poco a poco he salido de mi caparazón para estar con vosotros y disfrutar del paseo.

Hoy mis cinco sentidos han estado alerta.

El gusto, saboreando un bocadillo de jamón serrano después de varias horas andando.

El tacto. Tocando el agua helada, dejándola escurrir entre mis dedos. Acariciando la piedra de debajo, húmeda y suave. Pasando la mano por las barandillas de madera, sintiendo su tacto rugoso.

El olfato. Cierro los ojos y todavía recuerdo el olor a vida, a tierra, a agua, a flores y hierva… En definitiva, a naturaleza en todo su esplendor.

La vista. Imposible describir con palabras el paisaje, la copa de los árboles, las rocas, el color de agua azul, blanca en la cascada, verdosa cuando llegaba al final de la misma. El colorido de los pájaros que nombraré mas adelante. El marrón en diferentes tonos del gran árbol que si hablara nos llamaría “insectos”. Me he sentido insignificante ante el tamaño del tronco. Afortunada por poder admirar todo lo anterior. Un tímido rayo de sol penetrando en el agua clara mientras cae por una cascada. La oscuridad de la cueva… Lo siento, no soy capaz de transmitir todo lo que he visto, no me veo capaz de expresar con palabras semejante belleza.

El oído. Pájaros de diferentes especies han cantado durante nuestro paseo. El rumor de agua ha estado presente en todo momento. Una pequeña cascada aquí, otra grande allí, un riachuelo mas adelante… Los pájaros, el silencio y el agua a la vez. En esta ocasión no ha sido el silencio lo que me ha llamado la atención sino el rugir del líquido elemento, en momentos ensordecedor. Ese sonido es aún mejor que el ya citado silencio. Ayuda a cargar las pilas, da fuerza para continuar, anima a seguir andando… y no sólo me refiero a caminar por la senda del Monasterio, sino por la de la vida. El aire, moviendo la copa de los árboles y susurrando con su voz tan característica. Y todo esto mezclado con frases y palabras como: “Mamá” “Papá” “Chicos, vamos a hacer una foto” “Tú, no te subas ahí”… o una frase no acabada.

A esta nueva entrada le falta algo y es el sonido que hemos escuchado, el olor del ambiente, la rugosidad de los elementos descritos, el sabor de unas pechugas empanadas o un chocolate de frambuesa y sobre todo la belleza del paisaje.

No quiero acabar mi relato sin antes contar un hecho que considero relevante. Lo cierto es que después de escribir lo anterior no me sorprende que haya sucedido, y si va bien la cosa espero que las excursiones no acaben aquí y haya muchas otras. El amor ha llegado al Monasterio. Dos de los excursionistas, sin saber muy bien como, se han dado cuenta que entre ellos algo está naciendo. Han caminado de la mano, cuchicheado sin cesar, buscado sitios oscuros en los que no había nadie… La chispa en su mirada les ha delatado y el resto del grupo nos hemos alegrado por ellos.

Bueno, creo que va siendo hora de poner punto y final a esta entrada, aunque esas palabras no me gustan mucho, así que pondré punto y seguido. Eso sí, gracias a los mayores por la compañía y sobretodo a los pequeños, ya que gracias a ellos hemos podido disfrutar de un sábado diferente.

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