Desde que era niña me ha gustado leer y escribir. Con lo primero me emocionaba página a página, deseando llegar al final, conocer la vida de los protagonistas, llorando, riendo con ellos. Cuando el libro acababa la sensación era agridulce. Si, el misterio se había desvelado, la protagonista acababa o no con el amor de su vida, el malo recibía su merecido o el gato de aquél libro que me gustó tanto moría. Pero el libro acababa ahí, no continuaba.
Escribir para mí es... todo, es tomar decisiones, que mis personajes sufran, me gusta hacerles sufrir, que vivan cosas que yo no viviré jamás... ¿o tal vez si? Me siento todopoderosa y es la única manera que tengo de reflejar con palabras algo que me gustaría que pasara o algo que me aterra. Por ejemplo, conozco un chico, me gusta y gracias al relato puedo ponerle voz a ese pescatero de barrio, puedo hacerle coincidir con "María" o "Laura" en un bar de moda, puedo imaginar la casa que no sé si realmente tiene pero en la que me gustaría estar.
Ahora me siento rara. Soy la protagonista de mi vida. De mí dependen dos personitas, hay clientes que confían en que yo les de una solución, tengo amigas que han reído y llorado conmigo... Toda una vida por delante. Hay cosas que no dependen de mí. Por ejemplo, imagino que algún día conoceré a alguien. ¿Cómo será? ¿Ese alguien ya se ha dado a conocer? ¿O tal vez está trabajando en un bar que conoceré la próxima vez que salga? Tengo ganas de saber todas las respuestas, y a la vez no quiero saberlas, quiero descubrirlas por mí misma. Sé que va a ser así, pero no por ello deja de intrigar me. Me gustaría saber, conocer qué emociones, qué sensaciones me depara la vida, para fijarme en todos los detalles, "leer" con más atención ese capítulo en el que los protagonistas se conocen, o estar más pendiente de ese hombre alto que va a atracarme. Lo mejor que puedo hacer hoy por hoy, es irme a la cama y darte las gracias a ti por leer las ralladas de una joven a la una de la mañana.
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