Relato en el que nuestra protagonista pide algo un tanto difícil de encontrar fácilmente.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes. ¿Qué desea?
-Un muro, muy alto y resistente. Es para mi corazón, así que debe ser fuerte. No tengo un corazón débil y quiero protegerle. Entre usted y yo, ahora que no nos oye... tiene una facilidad desquiciante para ver la bondad en las personas y ya me tiene cansada.
-De acuerdo. ¿Nombre?
-María Martínez.
El dependiente entra en la trastienda y al cabo de unos minutos sale con las manos vacías.
-Lo siento, María. No tenemos ese artículo disponible para usted.
-Pero... ¿Esta no es la tienda de artículos para corazones heridos?
-Así es. Pero para su corazón sólo tengo un par de tiritas, de esas que se van cuando el agua o el sudor las moja un poco.
-No puede ser. Hice el encargo, personalmente, la última vez que prometí no volverme a enamorar. En aquélla ocasión se me olvidó recoger el artículo y vengo ahora a por él.
El dependiente busca en el ordenador.
-Aquí está la reserva, pero desde la central, rechazaron el pedido. ¿Quiere las tiritas?
-¡No! Eso no sirve para nada.
-Me complace ver que empezamos a hablar el mismo idioma. María, su corazón es demasiado fuerte y no se le puede encerrar. Cualquier muro que intente ponerle, lo destruiría. Porque todo muro tiene un punto débil y su corazón además de fuerte, es muy listo. Y no va a dejar de sentir por mucho que usted se empeñe en ello.
-Pero no quiero que le hagan daño, quiero protegerle.
-Sinceramente, ¿Considera que su corazón necesita protección? Los muros son para los corazones débiles y el suyo no lo es.
María mira al dependiente. La ha dejado sin palabras.
-Gracias.
-A usted por su visita. Vuelva cuando quiera las tiritas.
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