Entrada en la que comento algunas de las cosas que pasan cuando llevas a tu peque a urgencias.
Hoy quiero hablar de las relaciones invisibles qe se establecen cuando te pasas horas en urgencias. Todo empieza un rato antes, cuando te das cuenta que el amor de tu vida está malo. Tiene mucha fiebre, se ha hecho una brecha, se ha dado un golpe en la cabeza, lleva vomitando días... En cuestión de minutos os vais para el hospital con un deseo. Bueno, en realidad dos. Que no sea nada y que no haya mucha gente en la sala de espera.
Llegas a tu destino y mientras vas a dar los datos, miras de reojo la sala de espera. Te entran ganas de llorar. Ves caritas con los ojos de tener fiebre, otros dormidos encima de papá o mamá, alguno en silla de ruedas con la pierna estirada. Oyes toses, alguna mamá hablando con su peque.
Cuando te has sentado en la sala, después de pasar por triaje, ya sabes la gente que ha entrado antes que tú. Sin conocerles de nada, has empatizado con cada persona con la que compartes sala. De vez en cuando van llamando a los peques para que pasen a boxes. Ves en la mirada de los padres escrita las palabras "por fin". Y deseas en silencio que no sea nada. Gente nueva entra. Sus ojos reflejan lo que tú pensabas hace unos minutos.
Si tu peque está medio bueno, te toca pasear por los pasillos. Coincides con papás y mamás en la misma situación. "No toques la basura", "no entres ahí", "no des golpes a la máquina de café". Y si tiene edad de entenderlo "nos vamos pronto, cariño".
Te alegras cada vez que dicen por megafonía el nombre de un peque y el número de un box. Ya queda uno menos para que te toque a ti.
Puede pasar que un peque empeore y tenga que entrar corriendo. En una ocasión, un bebé se empezó a poner morado y la mamá entró gritando a boxes. Los pediatras corrían, los padres chillaban, los de seguridad también acudieron. Y un minuto después, el llanto del bebé. Todo el mundo respiró aliviado. A tiempo que el susto hacía que las pulsaciones aumentaran. Te pones en el lugar de esa madre, de ese padre y te imaginas a tu pequeño siendo ese bebé. Eliminas ese pensamiento al instante porque la imagen te resulta demasiado dolorosa. La vida es frágil, pero preferimos no pensarlo.
Puede ocurrir que unos padres protesten por las largas esperas. Que entre de la calle alguien pidiendo una silla de ruedas o que se vayan cansados de esperar.
Por fin los altavoces dicen el nombre de tu hijo. Entras con un único pensamiento "que no sea nada". Le cuentas lo que le pasa al pediatra, le examina y en el mejor de los casos te dice lo que quieres oír y unas recomendaciones por si empeora.
Sales de boxes. Mientras te pones el abrigo tal vez veas a una amiga con la que dejaste de tener contacto hace 9 años. Sonríes sin mover los labios. Pero no le dices nada, estás centrada en salir de allí cuanto antes. Además tu peque hace que sólo puedas desear que su hijo esté bien, mientras evitas que salga a la calle sin abrigo.
Una vez fuera has olvidado cada cara, cada conversación, cada mirada cómplice. Has dejado dentro tus mejores deseos para que todos se recuperen lo antes posible. Deseas de corazón que los pediatras tengan poco trabajo, porque eso significa que nuestros pequeños están sanos.
Camino al coche miras la puerta de urgencias "hasta nunca" piensas. Aunque en el fondo sabes que te tocará volver tarde o temprano.
Y hasta aquí mi entrada de hoy. Espero que te haya gustado. Y si te animas a dejar un comentario lo leeré con atención.